El politólogo belga Eric Toussaint (CADTM, ATTAC, FSM) opina en este breve video (aprox. 8min) para LibreRed, sobre varios temas: la Deuda Externa, el Banco del Sur, el Mercosur, los Movimientos Sociales...
Fte.: CubaInformaciónTv | 20 ene 10
Fte.: CubaInformaciónTv | 20 ene 10
experiencia terribleque ha implicado la operación de bases británicas en las Malvinas; el mandatario venezolano, Hugo Chávez, afirmó que la suscripción del acuerdo entre la Casa Blanca y el Palacio de Nariño forma parte de
la estrategia global de dominación de Estados Unidos; el presidente de Bolivia, Evo Morales, señaló que
no se puede permitir la presencia militar extranjera en nuestros territorios: es un mandato noble que nos dan nuestros pueblos, y el mandatario de Ecuador, Rafael Correa –quien ejerce la presidencia pro tempore de la Unasur– solicitó una
reunión urgentecon Obama para tratar el tema. El sentir de los gobernantes se vio reflejado en un documento final en el que se afirma que
la presencia de fuerzas militares extranjeras no puede (...) amenazar la soberanía e integridad de cualquier nación sudamericana y, en consecuencia, la paz y seguridad en la región.
no hay renuncia, ni abdicación de soberanía, e incluso las calificó como
una ayuda práctica y eficaz contra el narcotráfico y el terrorismo.
narcotráfico y el terrorismose tienen que combatir, entre otras cosas, con medidas de
inteligencia y contrainteligencia, no con el establecimiento de enclaves militares, y el propio Uribe debería saber, tras la experiencia de la aplicación del desastroso Plan Colombia, que la estrategia antinarco ofrecida desde Washington no arroja saldos particularmente positivos y sí potencia el desarrollo de escenarios de tintes bélicos y de violaciones sistemáticas a los derechos humanos.
No nos engañemos: no hay cómo controlar lo que los estadunidenses hagan en las bases que les cederá Colombia.
Estas declaraciones las realizó la cancillerluego del ultimátum que el Pte. Zelaya dirigiera a los golpistas emplazándolos al acatamiento de las resoluciones de ONU y OEA y demás organismos internacionales a fin de que el proceso de mediación en Costa Rica pueda tener continuidad.
En los siguiente artículos, Borón y Guerrero analizan diferentes perspectivas de resolución de la situación en Honduras, uno desde el punto de vista externo, y otro desde el punto de vista interno respectivamente. Este último, publicado en Página12 el 10 de julio, es ampliado y completado con una entrevista que le realizó PrensaradioUBA a Guerrero el 13 jul 09 (y se encuentra al final del artículo).
Modesto Emilio Guerrero
Atilio Borón
En sordina, desconectada de las inminentes elecciones, en cualquier conversación corriente, la pregunta retumba: ¿adónde va el país? Por el contrario, en las delgadas franjas involucradas o al menos interesadas en el accionar político, se halla la negativa a siquiera formular esta pregunta simple. Una más de las muchas paradojas que atraviesan la Argentina de hoy: el hecho institucional corre por andarivel separado, ajeno a las preocupaciones y temores del ciudadano común. El conjunto social se desentiende de la política. Y los así llamados “políticos” no encaran de frente la realidad social. Llegan incluso a negar cualquier vinculación entre el colapso de la economía mundial capitalista y la economía argentina. Esta suerte de enajenación colectiva separa el discurso electoral del acontecer real y lo transforma en palabras elusivas, supuestamente más efectivas para ganar adhesiones cuando menos concretas. Ajenitud, confusión, temor, manipulación evidente y aceptación resignada, son los sentimientos y conductas predominantes en este período pre-electoral.
En Córdoba, bella ciudad mediterránea cargada de historia, esa conjugación dañina se percibe con mayor intensidad. Y asombra más. Aquí, exactamente cuatro décadas atrás, el 29 de mayo de 1969, una insurrección obrero-estudiantil lanzó multitudes a las calles, apoyadas activa o pasivamente por el grueso de la población. Había por entonces una dictadura militar y en los años previos el estudiantado no pasaba día sin practicar alguna de sus formas de lucha en aquella época habituales: asambleas masivas en el comedor de la ciudad universitaria, ocupación de facultades, enfrentamientos callejeros con la policía, ocupación de barrios enteros con población mayoritariamente estudiantil.
Cuarenta años después del Cordobazo, la superficie de la vida política no podría contrastar más con aquel panorama de definiciones tajantes y conductas arrojadas.
A cambio, como en el resto del país, predomina el cálculo tímido, la especulación individual, la postergación sistemática de la esperanza, traducción automática de una forma diferente de lucha de clase.
“Lucha de clase”, así, en singular. Porque no ocurre entre obreros y burgueses, sino al interior de un mismo estamento social: entre capitales establecidos y advenedizos, en encarnizada disputa.
Ni unos ni otros tienen proyecto de país, tanto menos fuerza suficiente para vencer al contrincante, por lo cual se impone el grotesco. Es una penosa carrera de provectos, al parecer inconscientes de su edad y condiciones, afanados por llegar a una meta inalcanzable. Un fenómeno sin trascendencia posible; pero suficiente para trastocar el panorama político y a menudo hacerlo incomprensible.
Dada la completa ausencia de protagonistas diferentes, con fuerza vital y vigor estratégico, aquéllos dominan la totalidad del escenario. Y transmiten un espectáculo de insoportable decadencia, agigantada en momentos electorales, cuando la selección primero y el desempeño luego de candidatos, expone sin piedad la entronización de la inepcia, la hipocresía y la mentira, cualidades excluyentes de quienes luego, por inercia de una institucionalidad vaciada y aparatos corrompidos, tendrán en sus manos el poder legislativo del país.
Retorno a la crisis
Esa tergiversación del pensamiento y el debate políticos, se expande sobre el conjunto social y contribuye en mucho a paralizar los reflejos de las mayorías, se adueña del periodismo comercial condenado a glosar naderías, cae como alud sobre tantos intelectuales y relega o directamente anula la reflexión teórica, hasta lograr que la imagen de la realidad aparezca invertida. Por ese camino se llega a la conclusión colectiva, proclamada o incorporada sin conciencia, de que en aquellos años del Cordobazo la revolución estaba a tiro de piedra, tan cercana y realizable como ahora distante e imposible.
Es probable que la ardua labor de propaganda de quienes entienden lo contrario llegue atrasada para comunicar, a una parte significativa de la sociedad, la magnitud del error que supone tal apreciación. A la inversa, Argentina es un volcán humeante.
El propio ex presidente Néstor Kirchner acaba de mentar la soga en casa del ahorcado: “Si Cristina no tiene mayoría legislativa, volvemos a la crisis de 2001. A la pobreza, a la desocupación. Esto explota, por eso tenemos que poner nuestro voto para que haya una gobernabilidad plena”, dijo el 28 de abril en un acto público. Y agregó el día siguiente: “No quiero meter miedo, pero si por una casualidad Cristina no cuenta con la mayoría parlamentaria, volvemos a la Argentina que explota”.
La advertencia fue interpretada –no sin fundamentos– como amenazante táctica de campaña. ¿Pero qué valor tendría la amenaza si esa idea no estuviese latente en la conciencia colectiva? Más aún: la Presidente no perdería “por casualidad”. Los datos que empujaron a Kirchner a semejante confesión son indicativos de la traducción social y política de una corriente subterránea que, si aún no es visible, ya puede percibirse en innumerables indicios que pusieron en alerta al titular del Partido Justicialista.
No se trata, sin embargo, de nada relativo a elecciones y resultados, aunque estos pudieran eventualmente acelerar el fenómeno en curso. Las razones son simples: en comparación con la Argentina que estalló en 2001, nada sustancial ha cambiado. La abrupta recuperación económica, tan indudable como impactante, no es crecimiento: en promedio, cada habitante es más pobre que una, dos y tres décadas atrás. Sobre alrededor de 38 millones de habitantes, un tercio está en la línea de pobreza y no menos de cuatro millones en la indigencia. La recuperación económica trajo aumento de empleo pero la distribución de la renta, lejos de tender a la justicia, agudizó la polarización. Eso ocurrió hasta mediados del año pasado, o sea durante los seis años de auge entre 2002 y 2008. Luego sobrevino un inesperado frenazo, a causa de un conflicto no menos insólito.
Y después… el colapso mundial del capitalismo.
Innecesario calificar la idea de quienes sostienen que Argentina se mantendrá ajena al cataclismo de las economías de Estados Unidos, Unión Europea y Japón, donde la crisis no deja de ahondarse, pese a la batería desesperada con la cual se la intenta frenar. Antes de que el impacto llegue en toda su magnitud, la afectación ha sido ya grande, aunque morigerada por recursos heterodoxos que en ninguna hipótesis podrán mantenerse en el tiempo (por ejemplo, el pago de salarios por parte del Estado a obreros de industrias privadas, para evitar su despido). La desocupación ha crecido. La retracción en la industria y el comercio llegó y no dejó de acentuarse, con índices tanto más agudos cuanto mayor es la distancia de la Capital Federal. Manipulación y demagogia aparte, este año se mantendrá la recesión ya verificada en el último trimestre de 2008 y el primero de 2009; el saldo anual esperado oscila entre 0 y cuatro puntos de caída, según diferentes pronósticos, no por interesados menos indicativos. En sus últimas ediciones América XXI ha registrado hasta dónde estos números se traducen en dramática realidad para la alimentación y la educación de una proporción por demás elevada de la población.
Si no hay respuesta efectiva a este cuadro de situación, cuya objetividad está fuera de discusión, la inexorable aceleración de la crisis económica lo agravará hasta niveles insostenibles en un marco institucional estable.
Dos caminos
¿Es posible eludir el desenlace que esta dinámica adelanta? ¿Con qué medidas? ¿En colaboración con quiénes?
Frente a la crisis mundial, Estados Unidos reunió el G-20, y tras mucha preparación –donde las presiones reemplazaron el debate de ideas y programas– el 2 de abril pasado en Londres se aprobó un plan de acción, que en síntesis consiste en fortalecer al Fondo Monetario Internacional y a través de él, inyectar fondos para sostener Bancos y empresas en quiebra primero, alentar después el consumo mundial, sin importar qué y quién consumirá.
Hasta el momento, en el mundo la única respuesta coherente a aquella receta del gran capital internacional provino del Alba (Bolivia, Cuba, Dominica, Honduras, Nicaragua, San Vicente-Granadinas y Venezuela), acompañada por Ecuador y ahora también Paraguay.
Las dos posiciones chocaron de frente en la Cumbre de las Américas, en Trinidad Tobago, entre el 17 y el 19 de abril. Estados Unidos y sus subordinados firmes por un lado, el Alba con la Declaración de Cumaná por el otro. En el centro, vacilante entre varios, Argentina.
En la resolución de ese equilibrio insostenible, reside el futuro del país. No es por acaso que el tema no figura en los afiches, en los cortos televisivos, en los sonsonetes con apariencia de discursos, de candidatos reclamando votos.
Cuando el 29 por la mañana se conozca el resultado de los comicios, no se habrá dado un paso en la certeza del rumbo a tomar: ¿hacia América Latina o hacia Estados Unidos? ¿Hacia el Alba o el G-20? Con apenas excepciones que no cuentan en términos electorales, el tema ha sido eludido. Y las mayorías no tienen voz propia. De modo que se debatirá y resolverá en otros escenarios, en otro momento, con otros protagonistas.
En el trayecto de ese arduo camino se verá si el legado histórico de grandes luchas sociales por la emancipación plasman en una estrategia y en la fuerza necesaria para aplicarla. O si la nueva coalición imperialista se impone una vez más. Mientras tanto, Argentina retornará a la zozobra económica, la inestabilidad institucional y a la revalidación de la política como catapulta de la verdad e instrumento de transformaciones profundas.
Fte.: América XXI Nº 50, jun 2009
El 6 de septiembre de 1847, Henry David Thoreau abandonó la cabaña del bosque de Walden Pond en la que había vivido solitario dos intensos años de su vida y regresó a su casa y a su familia en el pueblo de Concord, Massachusetts.
Aquella experiencia de vida y trabajo en un ámbito salvaje, no regido por otras leyes que las de la naturaleza, le permitieron al filósofo ermitaño escribir un par de buenos libros, de ésos que aparecen una vez cada tanto, en los que la humanidad consigue destilar en sabiduría todos los rigores y dolores de la existencia.
A partir de allí, de su vida en los bosques, Thoreau se convirtió en el gran referente de un pensamiento distinto, utópico en el mejor sentido de la palabra, un pensamiento que llamó a respetar la dimensión agreste (o salvaje) de la vida y a entender que sin ese respeto la humanidad está irremisiblemente perdida.
"Fui a los bosques -escribió- para no descubrir recién al momento de morir que no había vivido. (...) Creo que deberíamos ser hombres primero, y ciudadanos después. (...) Las cosas no cambian; somos nosotros los que cambiamos. (...) El costo de una cosa es la cantidad de eso que yo llamo vida necesario para adquirirla...”
“¿Es la democracia tal como la conocemos -se preguntó en uno de esos libros- el último logro posible en materia de gobierno? ¿No podremos dar un paso más adelante, hacia el reconocimiento y organización de los derechos del hombre?” "La mayoría de los lujos y muchas de las llamadas comodidades, no sólo no son indispensables para vivir, sino que resultan un obstáculo para la elevación espiritual de la humanidad." Nada para comentar, ni agregar. Los guaraníes lo sabían No nos cansaremos nunca de recordar y repetir, desde estas páginas, que el continente lingüístico tupí-guaraní, lo mismo que el antiguo (y poco estudiado) País del Guayrá, ocupa casi todo el territorio de América, y está presente en la mayoría de sus culturas. Cuando Christum Ferens Colombus (Paloma portadora de Cristo), más conocido como Cristóbal Colón, tocó tierra en este lado del Atlántico, lo hizo en una isla que los nativos llamaban Guanahani. Sí, el europeo tocó tierra en una isla que se llamaba Gua-na-ha-miní (isla de tierra pequeña, en lengua guaraní). Hasta no hace mucho, el crucero misilístico norteamericano USS Ticonderoga (“ésta es tu casa”, en guaraní) patrulló las aguas del Cará-í-be (Mar de los Cara, en guaraní) vigilando a los Caracas de Venezuela. La etimología es una inagotable fuente de sorpresas. Y qué decir del bosque. El guaraní tiene como media docena de palabras distintas para decir bosque. Ca-á es bosque a secas; pero nadie se refiere al bosque a secas, en abstracto. Ca´-á-guazú es el bosque grande. Ca-á-ibaté es el bosque alto. Ca-á-añá es el bosque frondoso... Los guaraníes son doctores en bosque, doctores en monte y en selva, desde tiempos inmemoriales. “Nosotros no tenemos historia escrita”, nos dijo una vez el cacique Laudencio Benavídes Cabara. “La selva habla por nosotros”. León Cadogan (1899-1973), hijo de australianos nacido en Paraguay, estudioso vocacional y profundo de la cultura mbyá, quien del inglés y el guaraní de cuna pasó a estudiar el alemán y el francés, tan sólo para acercarse a los textos de los folkloristas y los antropólogos, solía decir que nunca había aprendido tanto de la vida y de la naturaleza humana como cuando fue invitado por un cacique a vivir un tiempo en la selva. Releyendo a Thoreau “La Corte ordenó suspender los desmontes y talas en Salta. Se pidió además un estudio de impacto ambiental acumulativo de la deforestación”, leemos en un matutino porteño. Finalmente, tras una acelerada reglamentación de la Ley de Bosques (para la que debió pagar su tributo el arrasado pueblo de Tartagal, acotemos) y después de una tonelada de expedientes y reclamos abiertos por 18 comunidades originarias y grupos criollos de la provincia de Salta, la justicia imparte una orden que apunta a detener el desastre. Si la reglamentación de la ley de bosques se hubiera aprobado antes, y si la justicia argentina hubiera sido un poco más rápida de lo que habitualmente es, se hubiera evitado un desmonte adicional de medio millón de hectáreas, producido desde 2007 a la fecha. Pero esto es apenas lo que ocurre en Salta. ¿Qué pasa con eso que eufemísticamente se llama “área cultivable” o “nueva frontera agrícola”, en el resto de las provincias del NOA? El bosque originario, el bosque con bíodiversidad y maderas preciosas, ése que alimentó por siglos a las comunidades del Chaco salteño (y chaqueño y formoseño y santiagueño), es hoy comprado, talado y vendido para destinarlo después, en la mayoría de los casos, al cultivo de soja transgénica. Es importante este fallo de la Corte, sin duda. Es tan importante como el fallo de 2008 que intimó al gobierno del Chaco a evitar el genocidio por hambre de tobas, matacos y guaraníes de El Impenetrable. Pero ¿se ha cumplido con lo dispuesto por la Corte? En el Chaco ya sabemos que no. Y ahora, la máscara del dengue le servirá al gobierno de Capitanich para ocultar sus incumplimientos en materia alimentaria y sanitaria. Ahora, la culpa será... del mosquito. No viene mal, entonces, recordar uno de esos breves pensamientos aquilatados por Thoreau tras su breve vida en los bosques, resumidos más tarde en obras capitales como Walden. "La ley nunca hará a los hombres libres -escribió Thoreau. Son los hombres los que tienen que hacer la ley libre".
Tengo un catalejo
allí la luna se ve, marte se
hasta Plutón se ve
pero el meñique del pie
no se me ve
Buena Fe, Catalejo
Opciones: todos los profundos cambios de orientación geopolítica verificados en América Latina en lo que va del siglo XXI estarán en juego en los próximos meses. Con el sistema financiero internacional desintegrado, las grandes potencias se aprestan a recomponerlo con cambios apenas cosméticos. Un “nuevo Bretton Woods”, lo llaman, para no dejar lugar a dudas.
El principal objetivo de Washington es impedir que China, Rusia e Irán, cada una con su área de influencia, así como América Latina y el Caribe, constituyan subsistemas autónomos, por fuera de la hegemonía y el control estadounidense.
Suramérica participará próximamente en dos reuniones clave en las que se librará esa batalla: el G-20 en Londres el 2 de abril y la Cumbre de las Américas en Puerto España dos semanas después. Sólo Brasil y Argentina estarán presentes en el primer encuentro, definitivo para el rediseño global. En las páginas siguientes quedan reflejadas la situación y las políticas aplicadas hasta ahora en ocho países de la región.
La disciplina rebautizada Economía durante el siglo XX se ha revelado en los últimos meses como la más formidable estafa en la historia de las ideas. Cuando en los albores del pensamiento en la antigua Grecia los teóricos de entonces imaginaron la Tierra como un plano apoyado sobre elefantes, daban prueba de mayor rigor y honestidad intelectual que los economistas de hoy al servicio del capital. Día tras día, los cuadros formados en esa materia en las más renombradas universidades del primer mundo se muestran perplejos y admiten su incapacidad para definir la naturaleza y los alcances del cataclismo económico universal.
Pero si los economistas están a la espera de los acontecimientos para formarse opinión, los políticos no: aun sin saber exactamente qué tienen bajo los pies, han delineado y aplican sistemáticamente un plan en función de los intereses de los núcleos mayores de concentración de riqueza en el mundo.
Ese desdoblamiento entre economistas y políticos expresa el desgarramiento del saber formalizado por Adam Smith en el siglo XVIII, denominado entonces Economía Política. Una ciencia es un medio para descubrir la verdad en el área que investiga. Por eso, ya a mediados del siglo XIX los defensores del sistema capitalista debían apresurar un viraje que neutralizara la Economía Política para convertirla, quitándole el apellido, en un instrumento para encubrir la verdad y defender por los medios que fuere la sociedad de la explotación, la injusticia y la destrucción de valores humanos y materiales.
Tomando en cuenta estos antecedentes se comprende mejor el significado del encuentro del G-20 el 2 de abril próximo en Londres y la Vª Cumbre de las Américas desde el 17 al 19 del mismo mes en Puerto España, Trinidad y Tobago. Sin respuestas de los economistas, los representantes políticos del gran capital internacional no han logrado detener la caída en tirabuzón, no pueden determinar con precisión la etiología y la dinámica de la crisis ni tienen aún diagnóstico y pronóstico seguros. Pero entienden lo que para ellos es fundamental y, trazados los lineamientos estratégicos, están llevándolos a la práctica.
Desde su perspectiva, afrontar el colapso mundial requiere ante todo obturar cualquier respuesta por fuera del sistema capitalista. E impedir incluso que las economías menores busquen formas de autonomía relativa, evitando que de los escombros del sistema financiero internacional surjan mecanismos regionales no sujetos al centro imperial. Por eso el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz (y otras luminarias de ocasión, algunas con ropajes progresistas), claman por la necesidad de “un nuevo Bretton Woods”, es decir, la reparación, con algún cambio cosmético, del mecanismo planetario bajo hegemonía y control de los centros imperialistas de la economía mundial. Paralelamente, los estrategas de Washington y Bruselas tienen clara la necesidad de impedir la aparición de un centro político en condiciones de polarizar la voluntad de cientos de millones de seres humanos amenazados por el terremoto social, registrado incluso por los sismógrafos menos sensibles.
Una vez obtenidas esas precondiciones, claro, entonces sí serán útiles los economistas. Las técnicas y nociones impartidas en las altas casas de estudio servirán para cuantificar y proyectar el costo que la humanidad deberá pagar para rescatar al capitalismo. Piénsese sólo que desde octubre a la fecha el colapso bursátil ha volatilizado una riqueza equivalente al PBI anual sumado de Estados Unidos y la Unión Europea, para medir cuántas horas de trabajo, cuántas esperanzas, cuánto sufrimiento humano se esfumó en esta primera fase de la crisis capitalista. A partir de allí se podrá intuir cuánto falta por venir y qué costos humanos requiere el salvataje del sistema.
A mediados de febrero Dominique Strauss Kahn, titular del Fondo Monetario Internacional (FMI), admitió que “hay una posibilidad real de que en las próximas semanas o meses algunos países, particularmente los emergentes, necesiten algún tipo de ayuda” y auguró “una segunda vuelta” de la crisis financiera. No estaba pronosticando: innumerables Bancos, encabezados por el Citi y el Bank of América, respectivamente el más grande del mundo y de Estados Unidos, ambos quebrados, aguardan la decisión que enviará a muchos al abismo y salvará unos pocos nacionalizándolos. Paralelamente, después de que Islandia e Irlanda, los modelos súper exitosos de los últimos tiempos, debieran ser rescatados de una caída en barrena, los índices económicos de España, Grecia y Portugal anunciaban que la onda expansiva no se detuvo. Peor aún, comenzó a revelarse otra de las más extraordinarias mentiras de la historia: la supuesta afirmación de los países integrantes del ex Pacto de Varsovia como prósperas economías capitalistas. La otra cara de aquel momento de euforia muestra la caída en dominó de Ucrania, Rumania, Hungría, Croacia, Serbia, Lituania, Letonia y Estonia, a cuyo rescate deben correr las autoridades de la Unión Europea, dado que incluso eludiendo lo obvio: que detrás de esos países se agiganta el peligro de un desplome de la economía rusa, los efectos de esta crisis en cadena sencillamente devastarían al viejo continente. “Hace 20 años que Europa se unió. ¡Qué tragedia sería dejarla dividirse nuevamente!”, reflexionó el presidente del Banco Mundial Robert Zoellick, un estadounidense muy conocido por sus trapisondas en América Latina. Sí: qué tragedia… Las novelas de Erich María Remarque en las que el célebre autor alemán pintó el sufrimiento de cientos de miles de personas (buena parte de ellas de origen judío) lanzadas a la nada entre la primera y la segunda guerras mundiales, vagando constantemente de Este a Oeste y viceversa, sin documentos, sin poder afincarse en ningún país, con toda la inmensa desdicha que describen, apenas si permiten intuir la pesadilla de millones de habitantes del Este y Centro europeos arrojados a la emigración por el colapso de sus economías, intentando cruzar las fronteras para hallar un mendrugo en el Oeste.
El diagnóstico negativo no se limita a los países más pobres de Europa, convencidos en los últimos años de que habían llegado al cielo capitalista. Véase la descripción insospechable del decano de la prensa económica conservadora en el mundo, The Economist, en su edición del 19 de febrero: “En Alemania las órdenes de máquinas y herramientas en diciembre último estuvieron un 40% por debajo del año anterior. En China quebró la mitad de las nueve mil fábricas para la exportación de juguetes. Los embarques en Taiwán de computadoras notebooks cayeron un tercio en enero. El número de autos ensamblados en Estados Unidos estuvo un 60% por debajo de enero de 2008. La producción industrial cayó en los últimos tres meses en 3,6% y 4,4% respectivamente en Estados Unidos y Gran Bretaña (equivalente a una caída anual del 13,8% y 16,4%) (…) Pero el colapso es mucho peor en países más dependientes de exportaciones manufactureras (…) La producción industrial alemana cayó el 6,8% en el último trimestre de 2008; la de Taiwan 21,7%; Japón 12% (…) La industria está colapsando en Europa del Este, así como en Brasil, Malasia y Turquía. Miles de fábricas están siendo abandonadas en el Sur de China. Sus trabajadores fueron a sus domicilios de origen para celebrar el nuevo año en enero. Millones no volvieron nunca”.
Nada mejor se vislumbra en Estados Unidos. “La economía perdió 3,6 millones de puestos de trabajo desde que la recesión comenzó en diciembre de 2007 –afirma The Wall Street Journal el 7 de febrero– la mitad de los cuales se perdió en los últimos tres meses. En enero la suma fue de 598 mil”. Esto ocurrió pese a la inyección de sumas imposibles de concebir, a las que se sumó en febrero el “paquete de estímulos” de 787 mil millones de dólares exigido por Barack Hussein Obama al Congreso y durante cuyo tratamiento quedó a las claras la fractura de la burguesía imperialista al debatir la repuesta a la crisis. Este último salvavidas será insuficiente, según todas las estimaciones, no obstante lo cual, combinado con una baja de impuestos apuntada a aumentar el consumo, llevará a cifras descontroladas el déficit fiscal del presupuesto proyectado para 2010, muy por sobre los 1,75 millones de millones de 2009. Se acelera así la vaporización de todo respaldo real para el dólar, en el mismo momento en que el euro amenaza con desaparecer devorado por las crecientes fracturas en la Unión Europea.
Mientras tanto, la nacionalización de bancos llevó al semanario Newsweek a condenar desde la portada lo que entiende como la marcha de Estados Unidos al socialismo. Sólo que en los países imperialistas el “fortalecimiento del Estado” no supone un paso progresista sino, todo lo contrario, un peligroso deslizamiento en dirección al fascismo.
Es en este marco que se realizará la Cumbre de las Américas. El borrador de la declaración final, ya puesto a consideración de los 34 jefes de Estado (todos menos Cuba, vetada por Washington de estos encuentros), tiene un título curioso: “Asegurar el futuro de nuestros ciudadanos promoviendo la prosperidad humana, la energía y la sustentabilidad ambiental”. Cuando los burócratas de la OEA lo redactaron no estaban advertidos de que semejante encabezamiento sonaría a sarcasmo cruel. Luego no tuvieron la perspicacia para cambiarlo. Todo el empeño estuvo centrado en realizarlo en un lugar donde no fuera posible hacer algo semejante a lo ocurrido en la edición anterior, en Mar del Plata, cuando Hugo Chávez presidió un acto de masas con el carácter de contracumbre, donde anunció que a pocos metros había sido muerto y sepultado el Alca.
El anteproyecto recorre todos los lugares comunes reiterados ritualmente en cada encuentro cimero. Y tiene el mismo nulo valor de los anteriores. Al margen de la declaración, la gran pregunta es cómo actuará Unasur en ese escenario: ¿se alineará con la perspectiva estratégica propuesta por el Alba o condonará las resoluciones que dos semanas antes habrá tomado el G-20 en Londres?
Allí cobra todo su negativo significado el hecho de que a la capital británica acudan Brasil y Argentina. Su incorporación, en aparente igualdad de condiciones, al cónclave donde los grandes resolverán la estrategia frente al colapso mundial del capitalismo, se explica precisamente por la necesidad de evitar que América Latina resuelva su propia respuesta.
En el encuentro realizado en Washington en noviembre pasado no se oyó una propuesta de Brasilia y Buenos Aires. Si acaso emitieron un sonido, no traspasó los muros del recinto donde sesionaron. Ni se oyó luego, cuando los mandatarios regresaron a sus países. Al correr la última semana de febrero no hay un solo signo de que las dos economías mayores de Suramérica enarbolen un programa común. Unasur no ha sido llamada a reunión a tal efecto. Por el contrario, Brasil recibió en los últimos meses ayuda del FMI para sortear la amenaza de quiebra en cadena de sus principales Bancos; en Buenos Aires, que dos años atrás pagó al contado la totalidad de la deuda con este organismo, con el argumento de que así se liberaría del yugo, hay voces oficiales que adelantan la necesidad de seguir el mismo camino de Brasil.
Un hecho presumiblemente casual pone una nota aguda para la participación argentina en esa reunión: el 2 de abril es el aniversario del malhadado intento de recuperar las islas Malvinas, en 1982, culminado como se sabe con una ignominiosa derrota. La gesta y su saldo de tantos jóvenes muertos pesa de manera silenciosa en la sociedad argentina. Numerosas organizaciones políticas y sociales han iniciado un movimiento que pretende representar esos sentimientos y lograr que la presidente Cristina Fernández no concurra a Londres.
El encuadramiento de Brasil y Argentina en el programa de las grandes potencias frente a la crisis significaría un revés para el proceso de convergencia suramericana, pero sobre todo el ingreso a un callejón sin salida para ambos países. La interpretación según la cual con el cambio de presidente y la aplicación de un plan keynesiano Estados Unidos gira hasta colocarse en el mismo rumbo de marcha de gobiernos del Sur considerados progresistas, es un error de inabarcables proporciones. No sólo porque asimila de manera superficial al teórico imperialista.
También y sobre todo porque desconoce dos diferencias cruciales: el cuadro de situación incomparable al que le dio respuesta y la distancia entre una economía dominante y otras subordinadas.
La opción consiste, ni más ni menos, en servir como fuente de recursos para la contraofensiva económica del Norte o en la utilización de esos recursos para una estrategia propia, común a toda la región, de complementariedad, solidaridad y respaldo mutuo. Ya llega la devastadora onda expansiva del estallido de las economías capitalistas centrales. América Latina y el Caribe están en las vísperas de una batalla histórica.
Fte.: América XXI | Nota de tapa
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