Modesto Emilio Guerrero
Aunque el escarnio aéreo que debió soportar el presidente Evo Morales por los cielos de la Europa imperial, tuvo como pretexto necesario la fantasmagórica presencia del cuerpo de Snowden en el vuelo, también puede atribuirse al otro hecho que lo determinó: procedía de la cumbre presidencial que puso en marcha lo más parecido a un sindicato mundial del gas.
Ambas cosas son demasiado atrevimiento para los dueños del mundo, sólo comprensibles por los tiempos que vivimos y sus álgidos componentes geopolíticos.
El ruso Wladimir Putin propuso un sistema de "precios justos y el desarrollo estable de los recursos gasíferos", inmediatamente apoyada por los mandatarios latinoamericanos de Venezuela y Bolivia, además de Argelia, Egipto, Guinea Ecuatorial, Irán, Libia, Nigeria, Omán, Qatar, Rusia, Trinidad y Tobago y Emiratos Árabes. Desde un costado, también estuvieron cuatro países, que prefirieron, por razones distintas, solo observar: Irak, Kasajistán, Holanda y Noruega.
Una de las claves geopolíticas de esta cumbre es que la suma del gas bajo los pies de estos 17 Estados-nación sobrepasa el 48% del total comercializado en el planeta. Con suficiente poder a cuestas, apuestan al control político real del mercado para jugar un rol mediador en el inestable sistema mundial de Estados y evitar algunas de la próximas guerras por gas.
La OTAN y EEUU aprovecharon esta brecha para iniciar tres guerras que en lo geoeconómico tuvieron al gas como propósito estratégico: Afganistán, Libia y Sirya, sin descartar las Irak y Turkmenistán, pero más subordinadas a lo político.