Conferencia de prensa en el bloque de diputados de Compromiso Social donde a los diputados se sumaron integrantes de Mocase Vía Campesina, APDH, El Ceibal, Mocase, Subsecretaría de Agricultura Familiar de la Nación, Mesa de Tierra Ojo de Agua, entre otros. Sandra Juárez era una mujer de 33 años, madre de dos hijos, que perdió la vida tras enfrentarse a la topadora de la fimra Namuncurá S.A. custodiada por guardia de infantería, realizaba trabajos de picadas en su lote. Su muerte es otra más que los campesinos deben lamentar cuando ejercen el legítimo derecho de autodefensa de la posesión garantizado en el art. 2470 del código civil. Basta de muertes, basta de usurpación y justicia para Sandra Juárez.
Territorios en disputa: violencia y muertes difusas
Por Norma Giarracca *
Sandra Juárez tenía 33 años, era santiagueña y madre de niños pequeños; defendía desde hace semanas su tierra del avance de los inversores que arrinconan campesinos y comunidades indígenas en la Argentina. Sandra el domingo en su provincia natal, como antes Javier Chocobar en Tucumán, perdió su vida defendiendo los derechos sobre su tierra. A Chocobar lo mató la represión privada y Sandra muere de un ataque cardíaco en momentos de enfrentamientos duros cuando todo está en juego. Ambos son víctimas de la prepotencia del poder económico con la complicidad de quienes tienen un mandato popular para jerarquizar las vidas por sobre las propiedades como marcan los derechos humanos. Ambos arrinconados, ambos abandonados por un estado de derecho que si bien incluye legislación que los protege de los apetitos de los nuevos inversores, se esfuerza por esquivarla. Ambos en momentos paradójicos. Don Javier, diaguita, el 12 de octubre; Sandra a pocos días de que muchos homenajeábamos ese 8 de marzo de las mujeres luchadoras.
Los pueblos indígenas tienen a su favor leyes nacionales, provinciales e internacionales mientras los campesinos tienen que lidiar con el derecho privado que rige en relación con la tierra para el conjunto heterogéneo y diverso de los agricultores. Sólo tienen a su favor algunos artículos del Código Civil y se enfrentan a una Justicia provincial que con frecuencia (como lo demuestran sólidos trabajos de investigación) los considera “intrusos o usurpadores”, negando y desconociendo el derecho de usucapión que los ampara. Estos campesinos tienen muy pocos recursos legales a su favor frente a poderes judiciales formados por profesionales “modernizadores” que ven en ellos la marca y responsabilidad del “atraso” provincial y en los nuevos inversores, “la modernización” tan esperada. En este 2010, que las Naciones Unidas declaró Año de la Biodiversidad, muy pocos reconocen a los sectores campesinos como quienes más la han resguardado. Si bien no pueden lograr con sus producciones ingresos capaces de una vida digna, la responsabilidad no reside en ellos sino en funcionarios incapaces de generar políticas de apoyo a la pequeña propiedad campesina (como por ejemplo lo hacen Brasil o la Unión Europea); todo lo contrario, contribuyen a asfixiarla para poner esas tierras a disposición de inversores que hacen uso extractivo de las mismas devastando la biodiversidad, suelos y malgastando el agua escasa.
Estas situaciones de arrinconamiento de las poblaciones que defienden sus recursos naturales –tierra, agua, cerros amenazados por la minería– se han multiplicado en estos últimos meses en provincias con una baja densidad democrática. En efecto, las represiones con fuerzas provinciales corrientes o especiales (GEOP en Neuquén y Kuntur en Catamarca); con “parapoliciales” que queman casas o de-sarman radios comunitarias, así como grupos de “guardias blancas” de inversores privados deben causar alarma a quienes defienden los derechos humanos y a todos los ciudadanos dignos y con memoria.
Diferente testimonios en la radio comunitaria de San Nicolás
* Socióloga. Instituto Gino Germani, UBA.
Rodolfo Kusch *

Detalle tejido Paracas (siglo VI a.c)
Y es que hay una angustia original que sostiene lo perfecto y suprime lo imperfecto, y que regula las apetencias de tal modo que lo sombrío y tenebroso sea desplazado a un segundo plano. Y ello más que nada en función de una urgente apetencia que prefiere lo hecho a lo amorfo. América es la tierra de las cosas absolutamente hechas y, para amparar este criterio, se cobija detrás de antiguos mitos de represión, revitalizando por ejemplo una moral y un estoicismo que ya fueron abandonados en su significación absoluta por Occidente. En el fondo, se trata de una cultura vieja que se replantea problemas absolutamente nuevos, solucionándolos por el modo del mito. Hay cierta ausencia de arrojo o, mejor, una sistemática sustracción de savia vital para dar a lo nuevo un contenido vigoroso. Como la urgencia de vivir subvierte los problemas, imponiendo soluciones por vía de la supresión, se suprime en todos los casos lo realmente vital.
Y lo realmente vital se halla por debajo de lo social, por una suerte de proceso de amparo que asume el grupo social medio, subvirtiendo lo vital a las formas logradas o adquiridas. El miedo de vivir lo paraliza todo y, más aún, el miedo de vivir lo americano. De esta manera, el verdadero sentido de la moralidad media o del arte medio consiste, antes que en un arte o en una moral, en un simple canon que subsume a la verdadera vida. Toda situación social, política, cultural o artística tiende a asesinar a la inferior y se hace arte urbano matando al rural, como también se hace arte rural matando al ciudadano.
El arte surge así de un miedo original que cuestiona a lo amorfo su falta de forma. La visión que un artista corriente tiene de lo americano contiene esa irritación por la ausencia de equilibrio formal. Se refugia de inmediato en esa predisposición colectiva al estrato, a lo formal, a lo estable, llevado por una especie de pánico de que lo que está abajo pudiera destruir lo de arriba. Y en el caso de rozar algo muy hondo, que penetre en lo americano, el artista o el escritor tienden sobre esa hondura un barroco conceptual sutilmente entretejido para cerrar toda posibilidad de visión o de resquicio hacia lo viviente.
De ahí que se mienta, porque ésa es la ley. Se miente siendo federal y también se miente siendo unitario. En la esencia misma de esa actividad mentirosa yace un acto de conjuración de aquel espanto original de no saber para qué se escribe, se lucha, se enseña o se vive aquí en América. Es el amargo estar de más o de menos en un grupo humano que se desvive únicamente por aglutinarse buscando el amparo sin saber ante qué.
Historias del Milenio (TVE, 07.04.10)
En América Latina los campos de soja destruyen millones de hectáreas de selva y bosque.
En Paraguay 900 personas han muerto por efecto de las fumigaciones.
Pedro Caballero es un líder campesino que lucha por una tierra de cultivo para su comunidad, San Pedro. En Paraguay los grandes latifundios de la soja transgénica se han apoderado del 70% de las fincas y han desplazado a los agricultores tradicionales. Pedro se enfrenta a la burocracia para lograr la titularidad de 800 hectáreas donde planea cultivar yerba mate. Su sueño es crear una cooperativa de la que podrán beneficiarse 52 familias empobrecidas. En Paraguay la lucha campesina por la tierra es un combate desigual pero Pedro se mantiene firme, la supervivencia de su comunidad depende de la tierra prometida.
Fte.: gracias Leo (recibido vía e-mail)
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