por Immanuel Wallerstein
El presidente Hugo Chávez, de Venezuela, ha muerto. La prensa mundial y el Internet fueron inundados con evaluaciones de sus logros –y éstas van de la alabanza sin fin a la denuncia interminable. Ciertas personas expresan un grado de alabanza o denuncia más cuidado o restringido. La única cosa en que todos parecen coincidir es que Hugo Chávez era un líder carismático.
¿Qué es un líder carismático? Es alguien que tiene una muy fuerte personalidad, una visión política relativamente clara y una gran energía y persistencia en impulsar esta visión. Los líderes carismáticos atraen gran respaldo, primero que nada en su país. Pero los mismos rasgos de su persona que atraen respaldo son también los que movilizan una oposición profunda hacia sus políticas. Todo esto es cierto en el caso de Chávez.
La lista de líderes carismáticos a lo largo de la historia del mundo moderno no es tan larga. Piensen en Napoleón y De Gaulle, en Francia; Lincoln y F.D. Roosevelt, en Estados Unidos; Pedro El Grande y Lenin, en Rusia; Gandhi, en India; Mao Tse Tung, en China, y Mandela, en Sudáfrica. Y, por supuesto, Simón Bolívar. Tan pronto se consulta una lista así son evidentes varias cosas. Estas personas son líderes controvertidos durante sus vidas. La evaluación de sus méritos y fallas ha variado constantemente a lo largo el tiempo histórico. No parecen desaparecer de la visión histórica. Y, por último, no fueron para nada idénticos en cuanto a su política.