El paradigma científico (2)

Ni el Centro ni la Periferia I: Arriba, pensar el blanco.
LA GEOGRAFÍA Y EL CALENDARIO DE LA TEORÍA.

El problema con la realidad, es que no sabe nada de teoría
Don Durito de La Lacandona.

[…]
No tenemos el dato exacto, pero en el complejo calendario del pensamiento teórico de arriba, de sus ciencias, técnicas y herramientas, así como de sus análisis de las realidades, hubo un momento en que las pautas se marcaban desde un centro geográfico y de ahí se iban extendiendo hacia la periferia, como una piedra arrojada en el centro de un estanque.

La piedra conceptual tocaba la superficie de la teoría y se producía una serie de ondas que afectaban y modificaban los distintos quehaceres científicos y técnicos adyacentes. La consistencia del pensamiento analítico y reflexivo hacía, y hace, que esas ondas se mantengan definidas… hasta que una nueva piedra conceptual cae y una nueva serie de ondas cambia la producción teórica. La misma densidad de la producción teórica tal vez podría explicar el por qué las ondas, las más de las veces, no alcanzan a llegar a la orilla, es decir, a la realidad.

“Paradigmas científicos” han llamado algunos a estos conceptos capaces de modificar, renovar y revolucionar el pensamiento teórico.

En esta concepción del quehacer teórico, en esta meta-teoría, se insiste no sólo en la irrelevancia de la realidad, también y sobre todo se alardea que se ha prescindido completamente de ella, en un esfuerzo de aislamiento e higiene que, dicen, merece ser aplaudido.

La imagen del laboratorio aséptico no sólo se limitó a las llamadas “ciencias naturales” o a las “ciencias exactas”, no. En los últimos saltos del sistema mundial capitalista, esta obsesión por la higiene anti-realidad alcanzó a las llamadas “ciencias sociales”. En la comunidad científica mundial empezó entonces a cobrar fuerza la tesis de “si la realidad no se comporta como indica la teoría, peor para la realidad”.

Pero volvamos al plácido estanque de la producción teórica y a la piedra que ha alterado su forma y contenido.

El reconocimiento de esta aparente fragilidad del andamiaje conceptual científico significó aceptar que la producción teórica se renovaba continuamente, incluso dentro de su pretendido aislamiento de la realidad. El laboratorio (término ahora muy usado por los llamados científicos sociales para referirse a las luchas dentro de las sociedades) no podría nunca reunir las condiciones ideales, por más aséptico y esterilizado que estuviera, para garantizar la perpetuidad que toda ley científica reclama. Y es que resulta que en su mismo quehacer, irrumpen una y otra vez nuevos conceptos.

En estas concepciones, la idea (el concepto, en este caso) precede a la materia y se adjudica así a la ciencia y la tecnología la responsabilidad de las grandes transformaciones de la humanidad. Y la idea tiene, según el caso, un productor o un enunciante: el individuo, el científico en este caso.

Desde la ociosa reflexión de Descartes, la teoría de arriba insiste en la primacía de la idea sobre la materia. El “pienso, luego existo” definía también un centro, el YO individual, y a lo otro como una periferia que se veía afectada o no por la percepción de ese YO: afecto, odio, miedo, simpatía, atracción, repulsión. Lo que estaba fuera del alcance de la percepción del YO era, es, inexistente.

Así, el nacimiento de este crimen mundial llamado capitalismo es producto de la máquina de vapor y no del despojo. Y la etapa capitalista de la globalización neoliberal arranca con la aparición de la informática, el internet, el teléfono celular, el mall, la sopa instantánea, el fast food; y no con el inicio de una nueva guerra de conquista en todo el planeta, la IV Guerra Mundial.

En el campo de la tecnología se repite el mismo patrón. Y se agrega que, como el concepto científico, la técnica nace “inocente”, “libre de toda culpa”, “inspirada en el bien de la humanidad”. Einstein no es responsable de la bomba atómica, ni el señor Graham Bell lo es de los fraudes vía celular del hombre más rico del mundo, Carlos Slim. El coronel Sanders no es responsable de las indigestiones provocadas por el Kentucky Fried Chiken, ni el señor MacDonald de las hamburguesas de plástico reciclado.

Esto, que algunos desarrollaron más y definieron como “objetividad científica”, creó la imagen del científico que permea todavía el imaginario popular: un hombre o una mujer despeinados, con lentes, bata blanca, con desaliño corporal y espacial, embebidos frente a probetas y matraces burbujeantes.

El autodenominado “científico social” “compró” esa misma imagen, con algunos cambios: en lugar de laboratorio, un cubículo; en lugar de matraces y probetas, libros y cuadernos; en lugar de blanca, una bata de color oscuro; el mismo desaliño; pero agregaba tabaco, café, brandy o cogñac (también en la ciencia hay niveles, mi buen) y música de fondo, que eran impensables en un laboratorio.

Sin embargo, unos y otros, enfrascados como estaban en su objetividad y asepsia, no advirtieron la aparición y crecimiento de los “comisarios de la ciencia”, es decir, de los filósofos. Estos “jueces” del conocimiento, tan objetivos y neutrales como sus vigilados, expropiaron el criterio de cientificidad. Como la realidad no era el referente para determinar la verdad o falsedad de una teoría, entonces la filosofía pasó a cumplir ese papel. Apareció así la “filosofía de la ciencia”, es decir, la teoría de la teoría, la meta-teoría.

Pero la llamada “ciencia social”, la hija bastarda del conocimiento, encontró a los filósofos con sobrecarga de trabajo o con exigencias difíciles de cumplir (del tipo “Si A es igual a B y B es igual a C, entonces A es igual a C”), así que cada vez más debe padecer a los intelectuales de la academia como censores y comisarios.
[…]

Subcomandante Insurgente Marcos.
San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México.
13 de diciembre de 2007

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