Si una década atrás los aires de primavera americanos inundaban el resto del planeta, hoy regresan refrescantes aunque enigmáticos desde tierras árabes hasta nuestro continente.
Las revueltas americanas inauguraron un ciclo de luchas por la descolonización y la desalienación; por la desobjetivación de los sujetos; por la complementariedad y las diversidades; por la recuperación de la intersubjetividad; por la humanidad y contra la carrera suicida de un sistema insustentable y perverso. Partiendo del mundo en el que caben todos los mundos, proclamado por los zapatistas desde el fondo más profundo de las diversidades negadas, hasta las revueltas andinoamazónicas que llaman a refundar la relación con la naturaleza y a restablecer la integridad de la Pacha Mama, se ha recorrido un camino conceptual del que emana una politicidad transformada, subversiva y libertaria cuya potencia sólo puede ser medida en el tiempo y el espacio de los amplios horizontes, en los que se encuentran y a los que contribuyen los movimientos emancipatorios que crecen en todos los rincones del mundo.
El momento actual puede muy bien ser definido como de oportunidad y peligro, como de catástrofe y esperanza. Atendiendo a la alta inestabilidad sistémica que lo caracteriza, las rutas posibles de bifurcación están abiertas e invitan a esa creatividad sujética con que los pueblos reinventan su
historia. No sólo hay un rechazo a la perpetuación del sistema sino un afloramiento de alternativas que van construyendo nuevos imaginarios y sus consecuentes cables a tierra, ya sea que aparezcan como políticas públicas, como nuevas institucionalidades o como construcciones autonómicas y comunitarias.
Desafiantes, atrevidos, audaces, convencidos y múltiples, los movimientos libertarios brotan por todos lados buscando materializar utopías viejas y nuevas y colocan al sistema en su conjunto en aprietos, casi desoyendo sus contradicciones internas. Que se vayan todos los representantes de este orden caduco y autodestructivo donde quiera que se encuentren no es más una aspiración argentina sino mundial, ya rumiada por los colonizados de todos los continentes y replicada unos años después por los indignados e insurrectos que brotan hasta en el corazón del sistema. Y todos significa los saqueadores, los creadores y defensores del orden establecido así sean legisladores, represores, financieros, inversores, educadores o civilizadores, bajo cualquiera de sus modalidades. No más opresión; no más alienación. El capital está en riesgo.
Diez años después en la Plaza Tahrir se escuchan los ecos de la Plaza de Mayo: que se vayan todos. Emblemas del Ché Guevara, del Subcomandante Marcos y de Hugo Chávez ondean entre los manifestantes demostrando que la lucha es una sola más allá de sus matices y diferencias temporales y situacionales. Es un levantamiento contra el capitalismo que apenas empieza a mostrarse, atizado por la evidencia de insustentabilidad de un sistema que en consecuencia se militariza cada vez más.
Las pacíficas voces del Ya basta o del Ya no más que movilizan en contra del saqueo y que abren nuevos imaginarios atrevidos y esperanzadores se van convirtiendo en el enemigo principal de ese sistema obsoleto, pero sanguinario y despiadado, que extiende y profundiza la guerra colonial con la que inició hace más de 500 años, y con la que seguramente cavará esa tumba, a la que quiere arrastrarnos a todos.