Don José de San Martín, un hombre (3)

Las efemérides pueden llegar a dar esa oportuniad de llevar a pensar el presente por el pasado, para apropiarlo y adueñarnos del futuro.



Contra la historia del bronce y el mármol, de mausoleo sin vida, del culto al héroe pétreo, pensar en la heroicidad cotidiana de aquéllos que nos precedieron en las luchas, puede aportar frescura para despejar juicios y prejuicios que solemos construirnos en los imaginarios.



Doy como ejemplo este breve relato, muy gráfico, en el que se cuenta la sorpresa de otro prócer al conocer al héroe máximo, al santo de la espada...



Pintura de Roig - San Martín
En 1843 Juan Bautista Alberdi conoció a San Martín en Francia, en casa de Manuel J. de Guerrico, y lo describe así: «Mis ojos clavados en la puerta por donde debía entrar –nos dice- esperaban con impaciencia el momento de su aparición. Entró, por fin, con su sombrero en la mano, con la modestia y apocamiento de un hombre común. ¡Qué diferente le hallé del tipo que yo me había formado, oyendo las descripciones hiperbólicas que me habían hecho de él sus admiradores en América! Por ejemplo: Yo le esperaba más alto y no es sino un poco más alto que los hombres de mediana estatura. Yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado; y no es más que un hombre de color moreno, de los temperamentos biliosos. Yo creía que su aspecto y porte debían tener algo de grave y solemne; pero lo hallé vivo y fácil en sus ademanes, y su marcha, aunque grave, desnuda de todo viso de afectación»  [1]



El l7 de agosto de 1850, José de San Martín falleció en Grand Bourg, Francia, muy lejos de su tierra americana, en la soledad y la pobreza.



En lugar de la cronología más o menos detallada de los hechos que lo consgran como activo partícipe en la lucha por la emancipación de los pueblos de Suramérica, me interesa insistir y recalcar que este hombre común de sombrero en mano tuvo ideales que se propuso por meta y que orientaron su manera de actuar.



Como por ejemplo, servir como soldado nunca contra los hermanos, sino contra la opresión externa, por la liberación. Y esta es la fuerza moral que caracterizó a su Ejército, constituido por el hombre natural de América.



Como por ejemplo, concebía el poder como instrumento y no como meta o valor en sí mismo; así se explican sus renunciamientos y su sujeción a la función militar que le tocó llevar a cabo. E incluso fundamentó este principio midiéndose con adversarios de tal magnitud como las altas cumbres y el mar... ; como las armas españolas que habían vencido a Napoleón. Y cedió a Bolívar, con quien compartía el ideal americanista, la gloria «de poner el último sello a la libertad de América», para no provocar la división entre los ejércitos hermanos y no retrasar así la liberación del continente.



Como por ejemplo, y siguiendo sus propias palabras, creía que «la ignorancia es la columna más fuerte del despotismo». Por eso, en la práctica, contribuyó a la creación de la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile, creó un Instituto similar en Lima, y también la Biblioteca de Mendoza y el Colegio de la Santísima Trinidad, considerando que el saber va íntimamente unido a la autonomía y autodeterminación de los pueblos y las personas.



La libertad, la unión americana, el saber, valores que este hombre común sostuvo y defendió en el siglo XIX, y que aún siguen vigentes, comenzado este siglo XXI.



Seamos libres, y que lo demás no importe nada.



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[1] Busaniche, José Luis. San Martín vivo, Bs As, EUDEBA, 1963 (cit. Paredes)




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