... la vena más abierta de América Latina
Entrevista a Ricardo Ferrer Espinosa, autor de Nos matan y no es noticia. Negocios y masacres en el río Atrato
por Gonzalo Bizama
Img: Soares Leguineche - Bandera de Colombia (Oleo s/arpillera- 1 x 1,50 - Col. Consulado de Colombia en Bs. As.)
1.- Ricardo, ¿que sucedió exactamente en Atrato?
En la mañana del viernes 30 de mayo de 1997 entró un mensajero de las FARC en mi oficina para solicitarme que actuara como mediador entre la Guerrilla y el Comité Internacional de la Cruz Roja. Como Jefe de prensa de METROSALUD, la red de salud de Medellín, creí mi deber intervenir en esta acción de carácter netamente humanitario. La mediación serviría para verificar el estado, entregar muestras de supervivencia de diez prisioneros, infantes de marina, en poder del Frente Nº 57 de las FARC en la zona de Murindó y sobre todo negociar su inmediata liberación.
Dado que en el Derecho Internacional los actores en conflicto interno o externo reconocen a los servicios de salud como entes neutrales, la guerrilla solicitó la mediación o buenos oficios, conscientes de que el enfrentamiento con el ejército y los paramilitares era inminente y podría ocurrir en una masacre de los prisioneros que se encontraban “Fuera de combate por detención”; definición que permite la plena aplicación del Artículo Tercero, común a los cuatro acuerdos de Ginebra. Recordé una frase del Deuteronomio que le escuché a mi padre cuando niño: “Elegirás la vida”, y me dispuse a dar lo mejor de mí para que esta operación no costara vidas humanas. Además de eso la Constitución colombiana expresamente señala en un artículo la obligación de los ciudadanos de contribuir a la paz.
Sin embargo, desde un primer momento me fui dando cuenta que el ejército no tenía ninguna intención de favorecer la mediación, ni siquiera que esta se realizara. Ya en el hangar para vuelos arrendados (Charters), fui interceptado por un individuo de raza negra que me dio su nombre y me señaló que si yo hacía el viaje a Vigía del Fuerte sería muy peligroso para mí y debía ver bien cómo iba a regresar.
Yo pensé que sería sometido a ese tipo de control a mi llegada a Murindó por parte de los mandos de los paramilitares, pero mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que ya desde Medellín agentes de no sé que servicio exactamente, conocían todos mis movimientos. Te reitero que mi función consistía exclusivamente en recoger las pruebas documentales de supervivencia de los prisioneros (cartas, fotos, identidades, etc), para entregarlas al Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Se crearía una zona de despeje militar en la zona del Caguán donde la guerrilla pretendía entregar además a otros setenta militares prisioneros de guerra, provenientes de diversas regiones del país, todo ello antes del 15 de junio de 1997.
2.- ¿Que pudiste comprobar a tu llegada?
Desde que la avioneta aterrizó en Vigía del Fuerte comenzaron a suceder cosas muy extrañas que me hicieron pensar que algo anormal estaba sucediendo en la zona. Debo decirte que esa es una región selvática y montañosa, de población principalmente negra e indígena y en la cual yo llamaba inmediatamente la atención por mi tipo físico. Como conocía el lugar, esperaba a mi llegada encontrarme con gente en la pista de aterrizaje, en las calles del pueblo, ventas de fritangas en las veredas, música en el ambiente, como es en las regiones calientes, pero todo estaba desierto.
Me dirigí al embarcadero para continuar viaje en panga (lancha) hacia Murindó, pero ninguno de los lancheros quiso llevarme, aduciendo que ese día no estaban haciendo viajes a Murindó. Tampoco había niños bañándose en la ribera del río como había visto en otras oportunidades. Como pensé que los lancheros no querían llevarme por una cuestión de dinero comencé a regatear con ellos, pero me dijeron en grupo: "Entiéndanos doctor. Es que no están bajando lanchas hacia Murindó".
Fui a la alcaldía, me presenté con el alcalde Wilson Chaberra en su oficina. Había cuatro hombres a su alrededor y un ambiente tenso. Le informé que en Medellín estábamos preparando un Seminario Nacional de Empresas Sociales del Estado, el cuál incidiría en la calidad presupuestaria en los Hospitales y Centros de Salud en todo el país, todo lo cual era cierto. Le entregué unos textos educativos de promoción de la salud y prevención de la enfermedad, confeccionados por Metrosalud, además de trípticos y plegables. Me recibieron los documentos y procedieron a mecanografiar una nota oficial de recibo, además de una constancia de mi visita. Mientras cumplían ese trámite, me dirigí al baño y una persona a la que no puedo nombrar, ni entregar su cargo, me siguió y mientras yo estaba orinando me dijo en voz baja y sin mirarme: "Usted está en serio peligro de muerte. Aquí están pasando cosas terribles. Tiene que buscar el modo de irse lo más pronto posible. No vaya a Murindó porque toda la gente está huyendo de allá".
Salí conmovido de la alcaldía y me dirigí al hospital de Vigía del Fuerte para entrevistarme con el Médico Jefe o el director. Ninguno estaba. Sólo encontré a unas muchachas adolescentes en la oficina del segundo. Me dijeron que ellas eran Voluntarias de Salud y venían desde Murindó con los funcionarios . Les pregunté si podía hacer el viaje de regreso con ellas. Una de las chicas me dijo que tenía que presentarme con el comandante de las autodefensas, que sólo él podía autorizar el viaje. Entonces les propuse pagar yo el combustible. Una chica negra se asustó mucho y me dijo que si iba alguien no autorizado en el viaje, los podían matar a todos y echarlos en el río. Que ya lo habían hecho antes. Además, los paramilitares controlaban absolutamente todo lo que se cargaba en las lanchas, especialmente la comida, la sal y la gasolina. Controlaban hasta la última gota de gasolina que entraba o salía de Murindó. Se registraba a todos los pasajeros que salían, y debían volver los mismos en cada lancha. Salí del hospital ya con miedo, se me acercó otra muchacha que sin más me dijo que debería hablar con el comandante de las autodefensas, que era “un amor” y que ayudaba mucho a la gente. No quería ver al sicario aquel, que llamaban “El Ovejo”.
No quise comprometerme y le pedí la referencia de un hotel donde alojarme. Me recomendó uno que estaba cerca del embarcadero; durante la comida continué escuchando historias de masacres, una anciana que valientemente se sentó a mi lado me contó que le habían muerto un familiar que era su único apoyo para su sustento, otra chica completamente enrabiada me contó que le habían asesinado un amigo de la infancia, y me dijo “¿por qué no se meten con la guerrilla esos hijueputas?”
La anciana que al principio comenzó hablando muy bajito, luego me dijo desesperada: "¡Señor, usted tiene que contar lo que está pasando aquí!".
Todas la versiones coincidían en una versión central. El día 22 de mayo llegaron los paramilitares en pangas (lanchas rápidas), y comenzaron a asesinar personas de los poblados acusándolas de colaborar con la guerrilla. Los vecinos mencionaban muchos nombres sueltos, pero lógicamente no tenían una lista oficial. Luego entró el ejército y no le pusieron problemas a “los paracos”, me decían. Nadie se metió, ni la alcaldía, ni la policía, ni el juez. ¡Ninguna autoridad intervino para proteger a la población civil! Veían cadáveres flotando en el río, piernas, brazos y miembros descuartizados y miraban para otro lado.
“Nos están matando y por la radio no sale ni una sola noticia”, me decían consternados. Estamos en poder de los mochacabezas. Pero lo peor para mí estaba por venir. Regresé a la residencial y recuerdo haber estado leyendo una novela de Guy de Maupassant Bel ami. De pronto la puerta se abrió de golpe y veo a un hombre de raza negra, joven y atlético encañonándome con una pistola. El hombre estaba acompañado de una mujer. Ambos estaban muy alterados, yo retrocedí mostrándoles que no llevaba nada en las manos. Comenzaron a registrarlo todo, mis ropas, mi bolsa de viaje.
El hombre que luego se presentó como el comandante de Vigía del Fuerte de las Autodefensas de Córdoba y Urabá, me dijo que estaban en guerra a muerte con la guerrilla, sus colaboradores y “toda la basura” y que los matarían a todos. Al ver el libro que estaba leyendo me hizo relatarle de qué se trataba. Me quedo claro que no sabía nada de literatura y menos de los novelistas franceses del S. XIX. La mujer estaba fuera de sí y me miraba agresivamente con los ojos desorbitados registrándolo todo, afortunadamente no encontró el carné de periodista que estaba en un bolsillo lateral de la maleta. El hombre me preguntó que quién era yo, y qué hacía en Vigía del Fuerte. Luego me dijo que no correspondía con la descripción que le habían dado de mí. Le mostré las cartillas y los trípticos de salud y le dije lo importante que era preparar el II Seminario de Empresas Sociales del Estado. Que incidiría directamente en la atención de los habitantes de la región. Luego me dijo que nadie le había avisado de la Dirección Seccional de Salud de Antioquia, ni tampoco de la Gobernación de Antioquia sobre la visita de un funcionario de Salud. Que a él le avisaban por teléfono las visitas. Ahora deduzco la estrecha relación entre los altos funcionarios de la gobernación de Antioquia y los escuadrones de la muerte. Adivina quién era el gobernador de Antioquia de la época: Álvaro Uribe Vélez, principal promotor de las cooperativas de seguridad privada “Convivir”. El paramilitar tampoco me pareció “el amor” que me había descrito la muchacha.
3.- ¿Que relación real existe entre el paramilitarismo y el Estado colombiano en el área?
Uribe y la élite colombiana han convencido a los Estados Unidos de que son la fuerza necesaria para impedir el avance de los movimientos sociales. Entre 1994 y 1998 la oligarquía colombiana pensó que podía perder el poder. Esa afirmación está recogida en diferentes documentos divulgados por analistas sociales de la derecha (por ejemplo, el Instituto Rangel). Los gobernantes optaron por la guerra sucia a mayor escala desde 1996. En ese marco se diseña el Plan Colombia. Para ese objetivo debían necesariamente producir una reingienería en las Fuerzas Armadas y subordinarlas directamente al Comando Sur del ejército de los Estados Unidos con base en Panamá, específicamente al 7º Grupo de Operaciones Especiales (los Boinas Verdes), quienes son los que han asesorado todo este proceso.
Para mí, las matanzas de Mapiripán y las mismas del Río Atrato marcan el inicio de un nuevo modelo de guerra sucia; la llevan a su máxima expresión, es decir, matanzas indiscriminadas de campesinos para lograr su desplazamiento mediante el terror, esto es en la Costa Caribe, Costa Pacífica, Pie de Monte Llanero, y las inmediaciones de las principales ciudades de la Costa.
Así se establece esta alianza de la muerte entre estado-gobierno-ejército y paramilitares. Los paramilitares no son ni más ni menos que subcontratistas que hacen el trabajo sucio y liberan al ejército de la represión atroz y descarada, preservando su imagen de institucionalidad. Luego el ejército consolida los territorios y se lleva los créditos como “garante” de la seguridad ciudadana.
Pero cuando los paramilitares se convierten en una amistad incómoda, en un incordio porque tienen memoria y conocen todo el rodaje, también pueden ser objetos de la represión. Se calcula que el gobierno ha tenido que matar a más de dos mil mandos del sicariato, capaces de demostrar sus vínculos con ellos y el narcotráfico.
Luego de doce años de guerra sucia, se ha hablado una y otra vez de desmovilización de los paramilitares. Siempre ha sido una farsa. Han cambiado de nombre, han muerto sus mandos, pero la guerra sigue igual. Continúa el expolio, las tierras jamás han sido devueltas, ¿por qué? Porque se trata de territorios con enormes riquezas para megaproyectos que no incluyen a los habitantes del entorno a la hora de intervenir con obras ingenieras. Se proyectan grandes centrales hidroeléctricas, oleoductos, carreteras, minas a cielo abierto, cultivos industriales con resultados catastróficos para la gente. No es mera coincidencia que ocurran las masacres en zonas cercanas a los megaproyectos no sólo en Colombia sino en México y Perú.
En el caso nuestro, una investigación adelantada por un grupo canadiense concluye que Colombia es uno de los 10 países más ricos en recursos del mundo, con yacimientos minerales de oro, cobre, manganeso, petróleo, además de recursos hídricos notables, e incluso plantas y animales sin clasificar. Por eso es que una premisa de los paramilitares cuando llegan a los campos y preguntan al propietario: "¡Me vende su tierra o le compro la vida!". Muchas veces lo que quieren es plantar palma africana para producir biodiesel. Así se han producido desplazamientos masivos a Turbo, Apartadó, Chigorodó, Medellín y Quibdó. Luego de matanzas de familias enteras.
En el caso del Río Atrato soy un convencido de que lo que está atrás de la matanza es la construcción de un canal interoceánico (Atrato-Tuandó) de las mismas características que el Canal de Panamá. La marcha triste de los desplazados se inicia en los despachos del BID y del Banco Mundial. Hay dos siglas tenebrosas a tener en cuenta, IIRSA y PPP. Iniciativa de Integración de Infraestructuras para Sudamérica y Plan Puebla Panamá. Ganancias para las multinacionales, violencia para los naturales. En nombre del progreso, campesinos inocentes y sus familias han muerto o han sido desplazados para codicia de las empresas y sus megaproyectos. ¡Exijo que se les haga justicia!
4.- ¿Cómo se explica entonces las reelecciones sucesivas de Uribe en el gobierno colombiano?
Para comprender la realidad específica de Colombia hay que remontarse a la historia del siglo XIX. Luego de la independencia de España, el poder se atomizó, nunca se consolidó un verdadero estado nacional. La burguesía de Colombia siempre fue vendida, sumisa, dependiente de otros poderes externos al país. La oligarquía gobernante se vendió primero a los ingleses desembozadamente, y luego a los Estados Unidos cuando cambió el imperio. Siempre fueron otros los que devoraron nuestras materias primas y jamás hubo políticas de desarrollo nacional ni una reforma agraria. Se trata de familias voraces que no han vacilado en vender los intereses nacionales a potencias extranjeras.
La violencia entonces se puede resumir en pocas líneas. Intolerancia política, alergia a las reformas sociales y asesinato sistemático de la oposición que se atreva a plantear los cambios en el sistema social de Colombia. Como resultado tenemos una democracia genocida, como bien la ha descrito el sacerdote Javier Giraldo. Los colombianos nunca hemos tenido paz, hemos sobrevivido en guerras interminables donde los que cargan el fusil son siempre los pobres, en uno y otro bando. Los guerrilleros, los militares y sus sicarios paramilitares son todos de origen humilde; la burguesía colombiana no sufre de manera directa la guerra; por eso siempre afirman que en Colombia no pasa nada.
A Colombia siempre la ha gobernado una élite sanguinaria que nunca ha admitido reformas sociales. Cada propuesta política diferente ha sido recibida a tiros. Los asesinatos de Jorge Eliécer Gaitán, José Antequera, Bernardo Jaramillo Ossa, Carlos Pizarro León-Gómez, por nombrar a los principales dirigentes que se atrevieron a esbozar un camino alternativo son la muestra más patente. Querían ser presidentes de otra Colombia. Todos proponían una manera nueva de gobernar, y todos pagaron con sus vidas el haber planteado reformas sociales.
Gaitán, que había estudiado a fondo el modelo de seguridad social aplicado en Italia luego de la segunda guerra y podía entenderse como cercano a las ideas socialdemócratas, fue calificado de comunista y asesinado. Una y otra vez los lideres y políticos del cambio son asesinados.
En este escenario, el conflicto colombiano tiene actualmente un ingrediente muy activo: una prensa vendida al proceso paramilitar, que maquilla los muertos, que alaba a los victimarios, que justifica la guerra sucia. Es de esa manera que es elegido Alvaro Uribe, con una promesa populista de acabar con la guerra, terminar con la guerrilla y modernizar el país. ¿Cómo lo hizo? Comprando conciencias, eliminando opositores, gobernadores, alcaldes, senadores…Ahí está el famoso pacto de Realito que se constituyó para refundar Colombia bajo un acuerdo de gobierno, militares, narcotráfico y paramilitares, y donde habían varios uribistas. En Colombia se habla ya de la política y la parapolítica.
5.- Una pregunta difícil: ¿Cuál es la relación entre el narcotráfico, la economía y la política en Colombia?
El tema es demasiado extenso, pero podría decirte que desde 1974 a Colombia la han gobernado presidentes muy amigos del narcotráfico. Esto tiene sus antecedentes luego de la guerra de Vietnam, cuando en Estados Unidos existía una masa de excombatientes y drogadictos que necesitaban urgentemente suministros de droga desde el exterior del país. ¿Quién podría suministrársela? Colombia. Si alguien se tomara el trabajo de revisar las “amnistías tributarias” en Colombia, el rastro del dinero delataría una huella muy marcada que va desde los grandes capos de la mafia hasta el congreso de la república. Periódicamente los gobiernos han facilitado que los dólares de la mafia ingresen a la economía formal.
Desde 1974, el presidente Alfonso López Michelsen coqueteaba con la mafia de la marimba (marihuana). Los siguientes quisieron seguir el ejemplo. En agosto de 1986, César Gaviria Trujillo era el ministro de Hacienda del nuevo presidente Virgilio Barco. Gaviria Trujillo diseñó diferentes amnistías tributarias que permitieron sanear (lavar) millones de dólares al narcotráfico. Posteriormente, en 1990, el viejo ministro de Hacienda recibió todo el apoyo del mundo mafioso para ser presidente de la república. Y Gaviria logró la presidencia. Es apenas lógico. Y así ha venido ocurriendo desde 1974, que cada presidente de Colombia se ha acercado un poco más al narcotráfico.
Con Uribe, en el 2002, llega el asalto final. ¿Para qué contentarse con las migajas del poder cuando lo podían tener todo? Eso han hecho descaradamente los empresarios llevando a un narcotraficante a la presidencia de la república. Estados Unidos conoce de sobra los orígenes del narcotraficante número 82 en las listas de la DEA. No es la primera vez que Estados Unidos se alía con narcotraficantes, ¿No fue así en el escándalo Irán-Contras?, ¿Con quien estaban aliados? Y cuando ayudaban a los Talibán en la guerra ruso-afgana, no financiaban las operaciones con el tráfico del opio? ¿Alguién ha olvidado a Noriega, el presidente narcotraficante que trabajaba para la CIA?
Un ejemplo de la influencia del narcotráfico en la economía colombiana se refleja en un informe de la CEPAL sobre la economía de Latinoamérica en la década de los ochenta. Todos coincidían en una sola frase. Los 80 fue una década perdida. Pero en Colombia no. La economía no sufrió estancamiento. Las empresas e industrias estaban plenamente financiadas. Y vuelvo a citar la razón: los narcotraficantes, con el dinero a manos llenas, aprovechaban las frecuentes amnistías tributarias para legalizar los capitales y crear empresas que realmente activaron la economía, pero sobre una base económica y política que maneja la delincuencia. ¿ Será que las agencias de inteligencia de los Estados Unidos y Europa no vieron esa polvareda de coca? ,¿Y los organismos económicos mundiales tampoco? Esa delincuencia se legitimó y terminó por gobernar Colombia. Se creó primero una base social de narcos vestidos de traje y corbata que al principio eran mirados con reticencia pero luego terminaron abrazándose con la élite tradicional en los grandes clubes sociales de Bogotá y Medellín.
6.- ¿Cuál es el poder y la influencia de la oposición, incluidas las organizaciones armadas?
Todas las costas (Pacífico, Atlántico y Caribe) están dominadas por los narcotraficantes, el ejército y sus escuadrones de la muerte. En el resto del territorio el conflicto sigue igual que hace cuarenta o cincuenta años. Sigue la confrontación entre la oposición armada y las fuerzas del estado y en medio, una población que merece ser escuchada. En Colombia, las más moderadas corrientes de disidencia política son acalladas y son muy exiguas sus posibilidades de expresión. Salvatore Mancuso, que fue uno de los jefes paramilitares, llegó a decir: “El 35% del Congreso es nuestro”.
7.- ¿Cuál es el balance de la Memoria Histórica en cuanto a las violaciones de los Derechos Humanos?
No existe una estadística precisa del número de organizaciones, personas y colectividades que han sido exterminadas o gravemente destruidas por los diferentes gobiernos del estado colombiano, pongo el caso de la Unión Patriótica, el Partido Comunista Colombiano, centenares de organizaciones sindicales, estudiantiles etc. La violencia institucional estimulada contra Gaitán en la década de 1940 dejó más de trescientos mil muertos sin investigar, y decenas de miles de campesinos desarraigados. A eso hay que agregar que en los últimos veinticinco años algunos estudios del banco de datos de la Comisión Intercongregacional Justicia y Paz, o la Comisión Colombiana de Juristas, hablan de 350.000 muertos; cuatro millones de desplazados o refugiados políticos; 10.000 detenidos desaparecidos y personas sepultadas en fosas comunes o clandestinas; 6.000.000 de hectáreas robadas a las víctimas.
Sólo durante el año 2009 tuvimos 37 dirigentes sindicales asesinados, y los casos de los “falsos positivos”, o sea decenas de civiles muertos, especialmente jóvenes, asesinados para presentarlos como guerrilleros muertos en combate, con el fin de mostrar éxitos militares y cobrar los beneficios del estado. Hay militares procesados pertenecientes a varias unidades del ejército como el Batallón Calibío, que se ha distinguido por asesinar a inocentes. Hoy en Colombia, se puede hablar con bastante prudencia de 7 a 12 desapariciones diarias de personas y esto es algo que viene sucediendo desde hace más de una década. En los últimos diez años ha habido más víctimas que en las dictaduras de Argentina y Chile juntas.
8.- ¿ Qué puede esperar el resto del mundo de la situación en Colombia, y cuál crees que será la evolución política en tu país, teniendo como base todos estos antecedentes?
Durante los últimos diez años todos los indicadores demuestran un gran deterioro de la población vulnerable: infancia, mujer, población indígena, afrodescendientes. El último informe de la FAO demuestra un incremento brutal del hambre en Colombia. Por contraste, el hambre en Venezuela se reduce a mínimos históricos.
Si el gobierno y sus sicarios asesinan a miles de campesinos, usurpa tierras y las entrega a las multinacionales productoras de agrocombustibles, el resultado es más muerte y precariedad para la población. No hay brazos, no hay cultivos diversos como los que ofrece el campesino, los agrocombustibles desplazan a los cultivos tradicionales, se produce una gran carestía de alimentos y productos básicos. La pobreza y el abandono son el fermento para todas las guerras.
El conflicto colombiano, lejos de solucionarse, pareciera que se agudiza cada año, como lo demuestra el acuerdo para la instalación de cinco bases norteamericanas en territorio nacional. Los colombianos seguiremos resistiendo la injusticia extrema. Seguiremos buscando la salida política al conflicto. Si no se puede, seguiremos buscando la salida…
Entrevista realizada en Madrid en diciembre de 2009.
Nota:Ricardo Ferrer logró salir de Vigía del Fuerte y luego de Medellín gracias a la valiente ayuda de anónimos pobladores y ciudadanos que arriesgaron sus vidas para que pudiera salvar la suya, luego de numerosas amenazas y atentados en su contra.
Desde que la avioneta aterrizó en Vigía del Fuerte comenzaron a suceder cosas muy extrañas que me hicieron pensar que algo anormal estaba sucediendo en la zona. Debo decirte que esa es una región selvática y montañosa, de población principalmente negra e indígena y en la cual yo llamaba inmediatamente la atención por mi tipo físico. Como conocía el lugar, esperaba a mi llegada encontrarme con gente en la pista de aterrizaje, en las calles del pueblo, ventas de fritangas en las veredas, música en el ambiente, como es en las regiones calientes, pero todo estaba desierto.
Me dirigí al embarcadero para continuar viaje en panga (lancha) hacia Murindó, pero ninguno de los lancheros quiso llevarme, aduciendo que ese día no estaban haciendo viajes a Murindó. Tampoco había niños bañándose en la ribera del río como había visto en otras oportunidades. Como pensé que los lancheros no querían llevarme por una cuestión de dinero comencé a regatear con ellos, pero me dijeron en grupo: "Entiéndanos doctor. Es que no están bajando lanchas hacia Murindó".
Fui a la alcaldía, me presenté con el alcalde Wilson Chaberra en su oficina. Había cuatro hombres a su alrededor y un ambiente tenso. Le informé que en Medellín estábamos preparando un Seminario Nacional de Empresas Sociales del Estado, el cuál incidiría en la calidad presupuestaria en los Hospitales y Centros de Salud en todo el país, todo lo cual era cierto. Le entregué unos textos educativos de promoción de la salud y prevención de la enfermedad, confeccionados por Metrosalud, además de trípticos y plegables. Me recibieron los documentos y procedieron a mecanografiar una nota oficial de recibo, además de una constancia de mi visita. Mientras cumplían ese trámite, me dirigí al baño y una persona a la que no puedo nombrar, ni entregar su cargo, me siguió y mientras yo estaba orinando me dijo en voz baja y sin mirarme: "Usted está en serio peligro de muerte. Aquí están pasando cosas terribles. Tiene que buscar el modo de irse lo más pronto posible. No vaya a Murindó porque toda la gente está huyendo de allá".
Salí conmovido de la alcaldía y me dirigí al hospital de Vigía del Fuerte para entrevistarme con el Médico Jefe o el director. Ninguno estaba. Sólo encontré a unas muchachas adolescentes en la oficina del segundo. Me dijeron que ellas eran Voluntarias de Salud y venían desde Murindó con los funcionarios . Les pregunté si podía hacer el viaje de regreso con ellas. Una de las chicas me dijo que tenía que presentarme con el comandante de las autodefensas, que sólo él podía autorizar el viaje. Entonces les propuse pagar yo el combustible. Una chica negra se asustó mucho y me dijo que si iba alguien no autorizado en el viaje, los podían matar a todos y echarlos en el río. Que ya lo habían hecho antes. Además, los paramilitares controlaban absolutamente todo lo que se cargaba en las lanchas, especialmente la comida, la sal y la gasolina. Controlaban hasta la última gota de gasolina que entraba o salía de Murindó. Se registraba a todos los pasajeros que salían, y debían volver los mismos en cada lancha. Salí del hospital ya con miedo, se me acercó otra muchacha que sin más me dijo que debería hablar con el comandante de las autodefensas, que era “un amor” y que ayudaba mucho a la gente. No quería ver al sicario aquel, que llamaban “El Ovejo”.
No quise comprometerme y le pedí la referencia de un hotel donde alojarme. Me recomendó uno que estaba cerca del embarcadero; durante la comida continué escuchando historias de masacres, una anciana que valientemente se sentó a mi lado me contó que le habían muerto un familiar que era su único apoyo para su sustento, otra chica completamente enrabiada me contó que le habían asesinado un amigo de la infancia, y me dijo “¿por qué no se meten con la guerrilla esos hijueputas?”
La anciana que al principio comenzó hablando muy bajito, luego me dijo desesperada: "¡Señor, usted tiene que contar lo que está pasando aquí!".
Todas la versiones coincidían en una versión central. El día 22 de mayo llegaron los paramilitares en pangas (lanchas rápidas), y comenzaron a asesinar personas de los poblados acusándolas de colaborar con la guerrilla. Los vecinos mencionaban muchos nombres sueltos, pero lógicamente no tenían una lista oficial. Luego entró el ejército y no le pusieron problemas a “los paracos”, me decían. Nadie se metió, ni la alcaldía, ni la policía, ni el juez. ¡Ninguna autoridad intervino para proteger a la población civil! Veían cadáveres flotando en el río, piernas, brazos y miembros descuartizados y miraban para otro lado.
“Nos están matando y por la radio no sale ni una sola noticia”, me decían consternados. Estamos en poder de los mochacabezas. Pero lo peor para mí estaba por venir. Regresé a la residencial y recuerdo haber estado leyendo una novela de Guy de Maupassant Bel ami. De pronto la puerta se abrió de golpe y veo a un hombre de raza negra, joven y atlético encañonándome con una pistola. El hombre estaba acompañado de una mujer. Ambos estaban muy alterados, yo retrocedí mostrándoles que no llevaba nada en las manos. Comenzaron a registrarlo todo, mis ropas, mi bolsa de viaje.
El hombre que luego se presentó como el comandante de Vigía del Fuerte de las Autodefensas de Córdoba y Urabá, me dijo que estaban en guerra a muerte con la guerrilla, sus colaboradores y “toda la basura” y que los matarían a todos. Al ver el libro que estaba leyendo me hizo relatarle de qué se trataba. Me quedo claro que no sabía nada de literatura y menos de los novelistas franceses del S. XIX. La mujer estaba fuera de sí y me miraba agresivamente con los ojos desorbitados registrándolo todo, afortunadamente no encontró el carné de periodista que estaba en un bolsillo lateral de la maleta. El hombre me preguntó que quién era yo, y qué hacía en Vigía del Fuerte. Luego me dijo que no correspondía con la descripción que le habían dado de mí. Le mostré las cartillas y los trípticos de salud y le dije lo importante que era preparar el II Seminario de Empresas Sociales del Estado. Que incidiría directamente en la atención de los habitantes de la región. Luego me dijo que nadie le había avisado de la Dirección Seccional de Salud de Antioquia, ni tampoco de la Gobernación de Antioquia sobre la visita de un funcionario de Salud. Que a él le avisaban por teléfono las visitas. Ahora deduzco la estrecha relación entre los altos funcionarios de la gobernación de Antioquia y los escuadrones de la muerte. Adivina quién era el gobernador de Antioquia de la época: Álvaro Uribe Vélez, principal promotor de las cooperativas de seguridad privada “Convivir”. El paramilitar tampoco me pareció “el amor” que me había descrito la muchacha.
3.- ¿Que relación real existe entre el paramilitarismo y el Estado colombiano en el área?
Uribe y la élite colombiana han convencido a los Estados Unidos de que son la fuerza necesaria para impedir el avance de los movimientos sociales. Entre 1994 y 1998 la oligarquía colombiana pensó que podía perder el poder. Esa afirmación está recogida en diferentes documentos divulgados por analistas sociales de la derecha (por ejemplo, el Instituto Rangel). Los gobernantes optaron por la guerra sucia a mayor escala desde 1996. En ese marco se diseña el Plan Colombia. Para ese objetivo debían necesariamente producir una reingienería en las Fuerzas Armadas y subordinarlas directamente al Comando Sur del ejército de los Estados Unidos con base en Panamá, específicamente al 7º Grupo de Operaciones Especiales (los Boinas Verdes), quienes son los que han asesorado todo este proceso.
Para mí, las matanzas de Mapiripán y las mismas del Río Atrato marcan el inicio de un nuevo modelo de guerra sucia; la llevan a su máxima expresión, es decir, matanzas indiscriminadas de campesinos para lograr su desplazamiento mediante el terror, esto es en la Costa Caribe, Costa Pacífica, Pie de Monte Llanero, y las inmediaciones de las principales ciudades de la Costa.
Así se establece esta alianza de la muerte entre estado-gobierno-ejército y paramilitares. Los paramilitares no son ni más ni menos que subcontratistas que hacen el trabajo sucio y liberan al ejército de la represión atroz y descarada, preservando su imagen de institucionalidad. Luego el ejército consolida los territorios y se lleva los créditos como “garante” de la seguridad ciudadana.
Pero cuando los paramilitares se convierten en una amistad incómoda, en un incordio porque tienen memoria y conocen todo el rodaje, también pueden ser objetos de la represión. Se calcula que el gobierno ha tenido que matar a más de dos mil mandos del sicariato, capaces de demostrar sus vínculos con ellos y el narcotráfico.
Luego de doce años de guerra sucia, se ha hablado una y otra vez de desmovilización de los paramilitares. Siempre ha sido una farsa. Han cambiado de nombre, han muerto sus mandos, pero la guerra sigue igual. Continúa el expolio, las tierras jamás han sido devueltas, ¿por qué? Porque se trata de territorios con enormes riquezas para megaproyectos que no incluyen a los habitantes del entorno a la hora de intervenir con obras ingenieras. Se proyectan grandes centrales hidroeléctricas, oleoductos, carreteras, minas a cielo abierto, cultivos industriales con resultados catastróficos para la gente. No es mera coincidencia que ocurran las masacres en zonas cercanas a los megaproyectos no sólo en Colombia sino en México y Perú.
En el caso nuestro, una investigación adelantada por un grupo canadiense concluye que Colombia es uno de los 10 países más ricos en recursos del mundo, con yacimientos minerales de oro, cobre, manganeso, petróleo, además de recursos hídricos notables, e incluso plantas y animales sin clasificar. Por eso es que una premisa de los paramilitares cuando llegan a los campos y preguntan al propietario: "¡Me vende su tierra o le compro la vida!". Muchas veces lo que quieren es plantar palma africana para producir biodiesel. Así se han producido desplazamientos masivos a Turbo, Apartadó, Chigorodó, Medellín y Quibdó. Luego de matanzas de familias enteras.
Img: Botero, "Masacre" (tomado de KaosenlaredNet)
4.- ¿Cómo se explica entonces las reelecciones sucesivas de Uribe en el gobierno colombiano?
Para comprender la realidad específica de Colombia hay que remontarse a la historia del siglo XIX. Luego de la independencia de España, el poder se atomizó, nunca se consolidó un verdadero estado nacional. La burguesía de Colombia siempre fue vendida, sumisa, dependiente de otros poderes externos al país. La oligarquía gobernante se vendió primero a los ingleses desembozadamente, y luego a los Estados Unidos cuando cambió el imperio. Siempre fueron otros los que devoraron nuestras materias primas y jamás hubo políticas de desarrollo nacional ni una reforma agraria. Se trata de familias voraces que no han vacilado en vender los intereses nacionales a potencias extranjeras.
La violencia entonces se puede resumir en pocas líneas. Intolerancia política, alergia a las reformas sociales y asesinato sistemático de la oposición que se atreva a plantear los cambios en el sistema social de Colombia. Como resultado tenemos una democracia genocida, como bien la ha descrito el sacerdote Javier Giraldo. Los colombianos nunca hemos tenido paz, hemos sobrevivido en guerras interminables donde los que cargan el fusil son siempre los pobres, en uno y otro bando. Los guerrilleros, los militares y sus sicarios paramilitares son todos de origen humilde; la burguesía colombiana no sufre de manera directa la guerra; por eso siempre afirman que en Colombia no pasa nada.
A Colombia siempre la ha gobernado una élite sanguinaria que nunca ha admitido reformas sociales. Cada propuesta política diferente ha sido recibida a tiros. Los asesinatos de Jorge Eliécer Gaitán, José Antequera, Bernardo Jaramillo Ossa, Carlos Pizarro León-Gómez, por nombrar a los principales dirigentes que se atrevieron a esbozar un camino alternativo son la muestra más patente. Querían ser presidentes de otra Colombia. Todos proponían una manera nueva de gobernar, y todos pagaron con sus vidas el haber planteado reformas sociales.
Gaitán, que había estudiado a fondo el modelo de seguridad social aplicado en Italia luego de la segunda guerra y podía entenderse como cercano a las ideas socialdemócratas, fue calificado de comunista y asesinado. Una y otra vez los lideres y políticos del cambio son asesinados.
En este escenario, el conflicto colombiano tiene actualmente un ingrediente muy activo: una prensa vendida al proceso paramilitar, que maquilla los muertos, que alaba a los victimarios, que justifica la guerra sucia. Es de esa manera que es elegido Alvaro Uribe, con una promesa populista de acabar con la guerra, terminar con la guerrilla y modernizar el país. ¿Cómo lo hizo? Comprando conciencias, eliminando opositores, gobernadores, alcaldes, senadores…Ahí está el famoso pacto de Realito que se constituyó para refundar Colombia bajo un acuerdo de gobierno, militares, narcotráfico y paramilitares, y donde habían varios uribistas. En Colombia se habla ya de la política y la parapolítica.
5.- Una pregunta difícil: ¿Cuál es la relación entre el narcotráfico, la economía y la política en Colombia?
El tema es demasiado extenso, pero podría decirte que desde 1974 a Colombia la han gobernado presidentes muy amigos del narcotráfico. Esto tiene sus antecedentes luego de la guerra de Vietnam, cuando en Estados Unidos existía una masa de excombatientes y drogadictos que necesitaban urgentemente suministros de droga desde el exterior del país. ¿Quién podría suministrársela? Colombia. Si alguien se tomara el trabajo de revisar las “amnistías tributarias” en Colombia, el rastro del dinero delataría una huella muy marcada que va desde los grandes capos de la mafia hasta el congreso de la república. Periódicamente los gobiernos han facilitado que los dólares de la mafia ingresen a la economía formal.
Desde 1974, el presidente Alfonso López Michelsen coqueteaba con la mafia de la marimba (marihuana). Los siguientes quisieron seguir el ejemplo. En agosto de 1986, César Gaviria Trujillo era el ministro de Hacienda del nuevo presidente Virgilio Barco. Gaviria Trujillo diseñó diferentes amnistías tributarias que permitieron sanear (lavar) millones de dólares al narcotráfico. Posteriormente, en 1990, el viejo ministro de Hacienda recibió todo el apoyo del mundo mafioso para ser presidente de la república. Y Gaviria logró la presidencia. Es apenas lógico. Y así ha venido ocurriendo desde 1974, que cada presidente de Colombia se ha acercado un poco más al narcotráfico.
Con Uribe, en el 2002, llega el asalto final. ¿Para qué contentarse con las migajas del poder cuando lo podían tener todo? Eso han hecho descaradamente los empresarios llevando a un narcotraficante a la presidencia de la república. Estados Unidos conoce de sobra los orígenes del narcotraficante número 82 en las listas de la DEA. No es la primera vez que Estados Unidos se alía con narcotraficantes, ¿No fue así en el escándalo Irán-Contras?, ¿Con quien estaban aliados? Y cuando ayudaban a los Talibán en la guerra ruso-afgana, no financiaban las operaciones con el tráfico del opio? ¿Alguién ha olvidado a Noriega, el presidente narcotraficante que trabajaba para la CIA?
Un ejemplo de la influencia del narcotráfico en la economía colombiana se refleja en un informe de la CEPAL sobre la economía de Latinoamérica en la década de los ochenta. Todos coincidían en una sola frase. Los 80 fue una década perdida. Pero en Colombia no. La economía no sufrió estancamiento. Las empresas e industrias estaban plenamente financiadas. Y vuelvo a citar la razón: los narcotraficantes, con el dinero a manos llenas, aprovechaban las frecuentes amnistías tributarias para legalizar los capitales y crear empresas que realmente activaron la economía, pero sobre una base económica y política que maneja la delincuencia. ¿ Será que las agencias de inteligencia de los Estados Unidos y Europa no vieron esa polvareda de coca? ,¿Y los organismos económicos mundiales tampoco? Esa delincuencia se legitimó y terminó por gobernar Colombia. Se creó primero una base social de narcos vestidos de traje y corbata que al principio eran mirados con reticencia pero luego terminaron abrazándose con la élite tradicional en los grandes clubes sociales de Bogotá y Medellín.
6.- ¿Cuál es el poder y la influencia de la oposición, incluidas las organizaciones armadas?
Todas las costas (Pacífico, Atlántico y Caribe) están dominadas por los narcotraficantes, el ejército y sus escuadrones de la muerte. En el resto del territorio el conflicto sigue igual que hace cuarenta o cincuenta años. Sigue la confrontación entre la oposición armada y las fuerzas del estado y en medio, una población que merece ser escuchada. En Colombia, las más moderadas corrientes de disidencia política son acalladas y son muy exiguas sus posibilidades de expresión. Salvatore Mancuso, que fue uno de los jefes paramilitares, llegó a decir: “El 35% del Congreso es nuestro”.
7.- ¿Cuál es el balance de la Memoria Histórica en cuanto a las violaciones de los Derechos Humanos?
No existe una estadística precisa del número de organizaciones, personas y colectividades que han sido exterminadas o gravemente destruidas por los diferentes gobiernos del estado colombiano, pongo el caso de la Unión Patriótica, el Partido Comunista Colombiano, centenares de organizaciones sindicales, estudiantiles etc. La violencia institucional estimulada contra Gaitán en la década de 1940 dejó más de trescientos mil muertos sin investigar, y decenas de miles de campesinos desarraigados. A eso hay que agregar que en los últimos veinticinco años algunos estudios del banco de datos de la Comisión Intercongregacional Justicia y Paz, o la Comisión Colombiana de Juristas, hablan de 350.000 muertos; cuatro millones de desplazados o refugiados políticos; 10.000 detenidos desaparecidos y personas sepultadas en fosas comunes o clandestinas; 6.000.000 de hectáreas robadas a las víctimas.
Sólo durante el año 2009 tuvimos 37 dirigentes sindicales asesinados, y los casos de los “falsos positivos”, o sea decenas de civiles muertos, especialmente jóvenes, asesinados para presentarlos como guerrilleros muertos en combate, con el fin de mostrar éxitos militares y cobrar los beneficios del estado. Hay militares procesados pertenecientes a varias unidades del ejército como el Batallón Calibío, que se ha distinguido por asesinar a inocentes. Hoy en Colombia, se puede hablar con bastante prudencia de 7 a 12 desapariciones diarias de personas y esto es algo que viene sucediendo desde hace más de una década. En los últimos diez años ha habido más víctimas que en las dictaduras de Argentina y Chile juntas.
8.- ¿ Qué puede esperar el resto del mundo de la situación en Colombia, y cuál crees que será la evolución política en tu país, teniendo como base todos estos antecedentes?
Durante los últimos diez años todos los indicadores demuestran un gran deterioro de la población vulnerable: infancia, mujer, población indígena, afrodescendientes. El último informe de la FAO demuestra un incremento brutal del hambre en Colombia. Por contraste, el hambre en Venezuela se reduce a mínimos históricos.
Si el gobierno y sus sicarios asesinan a miles de campesinos, usurpa tierras y las entrega a las multinacionales productoras de agrocombustibles, el resultado es más muerte y precariedad para la población. No hay brazos, no hay cultivos diversos como los que ofrece el campesino, los agrocombustibles desplazan a los cultivos tradicionales, se produce una gran carestía de alimentos y productos básicos. La pobreza y el abandono son el fermento para todas las guerras.
El conflicto colombiano, lejos de solucionarse, pareciera que se agudiza cada año, como lo demuestra el acuerdo para la instalación de cinco bases norteamericanas en territorio nacional. Los colombianos seguiremos resistiendo la injusticia extrema. Seguiremos buscando la salida política al conflicto. Si no se puede, seguiremos buscando la salida…
Entrevista realizada en Madrid en diciembre de 2009.
Nota:Ricardo Ferrer logró salir de Vigía del Fuerte y luego de Medellín gracias a la valiente ayuda de anónimos pobladores y ciudadanos que arriesgaron sus vidas para que pudiera salvar la suya, luego de numerosas amenazas y atentados en su contra.
Fte.: Rebelión | 30 dic 09
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