Debate con un empresario sojero

La expansión de la soja, pequeños y medianos productores y el agronegocio

El modelo del poroto

El reportaje a Gustavo Grobocopatel publicado en Cash provocó la réplica de los especialistas en temas agrarios Norma Giarracca y Miguel Teubal. Esa crítica, a la vez, convocó a debatirla al historiador Guillermo Cadenazzi y al propio Grobocopatel.

Por Gustavo Grobocopatel *
(Cash, 11.4.10)


Me permito reflexionar acerca de la respuesta de Norma Giarracca y Miguel Teubal a un reportaje que me hiciera el suplemento Cash. Me parece muy bueno el debate sobre las ideas y las acciones que involucran y afectan a la sociedad y sus habitantes.

Creo que no está clara cuál es la opción de desarrollo que los autores proponen y sería de interés, por lo menos para mí, poder considerarla. Me queda claro que para los autores soy algo que representa la Rural, el neoliberalismo, el menemismo, el capitalismo salvaje y que no me quieren, pero creo que esto es poco interesante. Desde mis tiempos jóvenes mantengo las utopías que dieron origen a mis ideas, sin embargo hace mucho tiempo que prefiero aprender a tener razón.

Podría discutir todos y cada uno de los conceptos vertidos en la nota de referencia pero sólo diría que el denostado modelo hizo que Argentina produzca tres veces más en 20 años, especialmente por aumentos en la productividad, que se redujeran los problemas de erosión y degradación de suelos por la utilización de siembra directa y que cada año hay más gente con trabajo en el sistema. Los aumentos de productividad produjeron una caída en los costos de los alimentos y más gente en el mundo tiene acceso a los mismos. Lamentablemente este proceso no lo vimos todavía en Argentina a pesar de haber aumentado más del 50 por ciento del PBI la recaudación fiscal y no haber bajado la deuda externa.

Es cierto que hay menos productores, proceso que se observa desde la década del ‘40, pero hay mayor ocupación en los nuevos servicios, como lo muestran los estudios de organismos públicos como la Universidad de Buenos Aires y organismos del Estado. Quizá deberíamos reflexionar qué hubiese pasado con los productores si este modelo no hubiese creado tres veces más riqueza.

Me sorprenden los conceptos sobre que producimos menos alimentos para los argentinos y más para el mundo, sobre todo después de los últimos años donde el consumo interno fue subsidiado por los productores aun a costa de hipotecar el futuro de la producción. Producir más soja es producir más carne, de pollo, de cerdo y lácteos. Una actividad no va contra la otra como lo muestran los datos de los últimos veinte años (salvo los dos últimos), donde todo creció. Por otra parte se avanzó mucho en la utilización de agroquímicos, reemplazando los más tóxicos por otros derivados de plantas y se redujo el uso de herbicidas.

Esto no quiere decir que no haya muchos temas pendientes por resolver. Por ejemplo necesitamos un ordenamiento territorial y organismos de control profesionales y eficientes para detener el avance de la deforestación sobre áreas lábiles y de altos servicios ambientales. Hay que utilizar las mejores prácticas para la aplicación de agroquímicos, fundamentalmente la disposición de residuos plásticos y su lavado. Hay que invertir en la educación y cambios de competencias de la gente que queda sin trabajo y que debe adaptarse a las nuevas tecnologías. En fin, seguramente habrá muchísimos más, pero creo que vamos en la dirección correcta y necesitamos de las criticas, los estudios de científicos, los límites del Estado, para que el desarrollo sea de todos.

Me extraña que los autores no mencionen a la calidad del Estado como hacedor y controlador de las políticas públicas. Realmente si hoy tenemos descontrol en la deforestación, menos carne, trigo o maíz, más inequidad y menor inclusión es por la falta de un Estado de calidad escandinava, eficiente, fuerte y facilitador. Este problema no es responsabilidad exclusiva del gobierno actual. Nuestra decadencia es un proceso que lleva más de 80 años, pero lo cierto es que en general en los últimos años los resultados no han sido suficientes como para revertir el deterioro.

El llamado por los autores “sistema de agronegocios” es actualmente estudiado por numerosos académicos y universidades del mundo y se lo considera una oportunidad para transformar a las organizaciones y las sociedades en más equitativas e inclusivas. Muchos modelos cooperativos del siglo XX ven a las organizaciones en red como una forma de adaptarse a un nuevo mundo. En particular a los gestores argentinos nos llaman del exterior no sólo para dar conferencias sino también para ayudar a empresas privadas y públicas a revisar sus modelos organizacionales.

Los autores de la nota muestran desconocimiento sobre las actividades de Los Grobo, cuya actividad principal son los servicios como logística, coberturas de riesgo, financieros y de transferencia de tecnología. Nuestros clientes son en su mayoría pymes agropecuarias, y los que no lo son comenzaron de esa manera. Los miembros de la red donde Los Grobo actúa piensan que el país tiene futuro, que el esfuerzo vale la pena y que cumplir con las reglas trae beneficios para todos. Me gustaría invitar a Norma y Miguel a visitar nuestros lugares de trabajo y que puedan investigar qué es lo que esta sucediendo más allá de la ciudad. Estoy seguro de que Gino Germani estaría feliz, el Conicet y la sociedad argentina merecen estudios de calidad de este proceso de adaptación de un sector a la “sociedad del conocimiento”, un sistema que se basa en la tecnología e innovación, en nuevas formas de organizaciones y en el desarrollo de nuevas actitudes y habilidades en las personas.

* Empresario agropecuario.


Réplica a la respuesta de Gustavo Grobocopatel

Más debate por la soja

La entrevista a Gustavo Grobocopatel publicada en Cash provocó la reacción de los investigadores Teubal y Giarracca. Luego, el empresario agropecuario les respondió, y ahora esos especialistas nuevamente salieron al cruce de sus afirmaciones.

Por Norma Giarracca * y Miguel Teubal **
(Cash, 25.4.10)


Si bien no es nuestro estilo discutir con agentes económicos a quienes solemos entrevistar e incorporar en nuestras investigaciones, en este caso fuimos nosotros quienes iniciamos el debate y trataremos de responder a Gustavo Grobocopatel. Simplemente haremos explícitos los datos estadísticos que respaldan nuestros dichos e interpretaciones y finalmente realizaremos dos pequeños comentarios.

Cuando Grobocopatel dice que el modelo agropecuario “hizo que Argentina produzca tres veces más en 20 años”, inferimos que se refiere a la producción granaria, que aumentó de 38,2 millones de toneladas en 1990/91 a 93,1 millones de toneladas en la campaña 2007/8. Este crecimiento se basó en gran medida en la producción sojera, mientras que para los demás cereales y oleaginosos la producción aumentó mucho menos, se estancó o se redujo. En este mismo período la producción sojera aumentó de 10,8 millones de toneladas en 1990/91 a 35 millones en 2002/2003 y a 47 millones en 2008/2009. Estimaciones corrientes establecen una producción sojera record para el corriente año de 53 millones de toneladas (Cash, 18/4/2010). La soja representaba 10,6 por ciento de la producción granaria total en 1980/81, pasó a representar el 28,4 por ciento en diez años después y al 50 por ciento en el 2007/2008. Igual tendencia ocurrió con la superficie destinada a la producción sojera, que en la actualidad, con 16,6 millones de hectáreas de soja, representa el 53 por ciento del total. Entre 1990/91 y 2007/8, 60 por ciento del aumento de la producción granaria total correspondió a la soja.

La soja es un producto de exportación; no es un producto de consumo masivo y en el proceso de estos últimos años resultó un sustituto de otros productos alimentarios y de consumo popular. Por eso el gran aumento de la producción agropecuaria no se tradujo en una mayor disponibilidad de alimentos para la mayoría de la población. No sólo se produce menos trigo per cápita, un alimento de consumo masivo, sino que la producción de carne en 2008 es igual a la de 1980: el stock ganadero de 51 millones de cabezas se redujo en un 17 por ciento con relación a 1977. También la producción de lácteos es igual a 15 años atrás, cuando en el país había el doble de la cantidad de tambos que existen en la actualidad y la población ha crecido en ese período.

También se ha expandido la soja hacia el interior del país, sustituyendo al algodón en el Chaco y a otros cultivos industriales y producciones alimentarias locales en otras regiones. Asimismo avanza sobre la yunga, y el bosque nativo en Salta, Santiago del Estero y Formosa, donde con violencia se desplazan a campesinos y comunidades indígenas. En Santiago del Estero se deforestaron en el período 2002/2006 más de 515 mil hectáreas; en Salta, 477 mil; y en Santa Fe, 3.553.290 hectáreas.

Tampoco es cierto que esta expansión agropecuaria basada en el modelo sojero haya reducido los costos de los alimentos y facilitado el acceso a la alimentación. Todo lo contrario. No ha habido una caída en los precios de los alimentos. Y en la coyuntura inflacionaria actual los alimentos lideran los aumentos de precios en general como lo vinieron haciendo en la década de los noventa, incidiendo significativamente sobre el presupuesto familiar de los sectores de más bajos ingresos.

El consumo per cápita anual de la leche pasteurizada ha pasado de 3,37 litros/cápita en 1999 a 2,87 litros/cápita en el 2006. El consumo anual de la yerba mate pasó de 8,20 kg/per cápita en 1999 a 6,01 kg/per cápita en 2006. Y la harina de trigo bajó su consumo de 84,5 kg/per cápita en 1999 a 83,7 kg/per cápita en 2006. En cambio, el consumo de aceite de soja aumentó de 3,71 litros por año per cápita a 12,81 litros por año, sustituyéndose el consumo del aceite de girasol (se redujo de 12 litros en 2000 a 9,6 litros en 2006).

Los consumos per cápita de la población o en el consumo aparente no registran aumentos, y menos aún con relación a los incrementos de productividad, que en muchos casos no fueron tan significativos como se pregonan. En síntesis, cuando planteamos reflexionar sobre los cambios agrarios y sus efectos en la alimentación –mostremos o no los datos–, la información confiable está sustentando nuestras palabras así como una larga experiencia de “campo” recorriendo distintas realidades nacionales.

En segundo lugar, Grobocopatel insiste en el argumento de que la siembra directa es una medida ambientalista y que el glifosato no es el peor agroquímico que existe, o bien es inocuo. Durante 2009, la superficie implantada con soja recibió más de 200 millones de litros de glifosato, un aumento de más del 1400 por ciento de lo aplicado en 1996 (14 millones de litros). A este herbicida, parte indispensable de la siembra directa y del paquete tecnológico que involucra al modelo sojero, se suman las aplicaciones de 2-4D, atrazina y endosulfán, los cuales sumarán entre 32 y 37 millones de litros. Son múltiples las consecuencias de la fumigación masiva de la soja con estos productos: se han afectado pobladores y existen sólidas denuncias basadas en registros de médicos hospitalarios de las regiones fumigadas que así lo establecen.

Por último, Grobocopatel tiene razón cuando dice que no está clara nuestra opción de desarrollo pues, en efecto, formamos parte de un grupo grande de especialistas e intelectuales de todo el mundo que se ocupa justamente de generar críticas activas al “desarrollo” y en particular al que hoy denominamos “extractivista”. Intelectuales y especialistas de todo el mundo, así como un interesante grupo de argentinos, emprendimos esta importante tarea de desactivar la narrativa que eternamente promete progreso, trabajo, bienestar como un futuro al que nunca se alcanza. Fuimos y seremos “pueblos sin desarrollo” por “algo” que siempre nos falta (y nos faltará). Pero también estamos atentos a otras voces que proponen mediante prácticas concretas otros modos de reproducción material de la vida, de relación con la naturaleza, de respeto entre los hombres, de equidad social, de justicia, libertad. Son propuestas que recorren la América latina y un mundo horrorizado por el futuro de cambio y hostilidad climática así como la imparable hostilidad geológica. Son propuestas que recuperan otros epistemas (otro modo de conocer/nos) que ya la Cancillería de Bolivia plasmó en un libro y que muchos países discuten para dotarlas de sentido de acuerdo a sus propias culturas.

Por último, Gino Germani se sentiría muy orgulloso de todo el conocimiento, debate e intervenciones que producen muchos investigadores de todas las generaciones del Instituto que lleva su nombre en la Universidad de Buenos Aires. Ya lo dijo Pierre Bourdieu, la sociología (y muchas otras disciplinas) es “una ciencia que incomoda”. Son disciplinas que aun guardando todas las reglas de la generación de conocimiento no son neutrales. No se puede ser neutral frente al sufrimiento social, y por lo tanto son portadores de las “malas noticias” en los momentos en que las narrativas del orden (“desarrollo extractivo”, en este caso) necesitan consenso social y vuelven a prometer lo que no pueden cumplir.

* Socióloga, titular de Sociología Rural e Investigadora en el Instituto Gino Gemani (IIGG) - UBA.
** Economista, doctor en Economía Agraria. Investigador superior en el IIGG.


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