Revolución de la cultura

Rodolfo Kusch *

Pero esto no se entiende por el lado de lo que siempre se dice sobre la cultura. Se entiende sólo a nivel del artista. El artista sabe que el arte es sacrificio mucha más que obra, porque cuando hace arte, especialmente ese artista que no crea para el consumo, sabe que el arte es sacrificio, de tal modo que cuando termina un cuadro no pretende haber creado una belleza para siempre, sino que le acosa de inmediato la angustia por crear un nuevo cuadro. No hay paz en la cultura, como que no hay belleza, ni tampoco universalidad, com pretenden los que no entienden nada de arte.

En este terreno pasa lo mismo que con la cultura del indígena. Algunos antropólogos pretenden que una cultura se conoce haciendo un recuento de los objetos culturales del indígena. Craso error. Es un criterio propio de la burguesía norteamericana. Ésta no sabe que la cultura indígena no es estática, sino dinámica. Su valor no se da en el inventario, sino en la función. Puede describir un sacrificio de sangre, pero el sentido real de éste aparece recién cando yo mismo lo efectúo para resolver un problema vital de mi comunidad. La cultura indígena es una cultura ritualizada. Por eso los indígenas nunca recuerdan bien en qué consiste ella. No tienen inventario de su cultura. ¿Porqué? POrque su cultura está en función de su sentimiento de totalidad y éste no se expresa sino en un ritual. Sólo así el indígena consigue afirmar sus raíces existenciales.

Y en el caso del arte, en nuestra cultura americana, pasa lo mismo. Los objetos culturales, como un cuadro, encarnan un sentimiento de totalidad en una obra. Y la totalidad que pensaban mis padres es diferente a la totalidad como la concibo yo. De ahí que la obra muera. Dar valor a la simple obra es introducir el arte en el mecado de consumo. Los surrealistas después de la primera guerra, le pintaron bigotes a la GIoconda de Leonardo da VInci. Evidentemente el arte muere. Sólo la burguesía lo conserva. La belleza de la Gioconda es relativa, existe sólo convencionalmente para la burguesía. A mí, personalmente no me dice ya nada. Mi generación exige otro arte. Si no pienso así estoy haciendo el juego a la pequeña burguesía, que en razón de su objetividad, huye de toda clase de compromiso, y para ello convierte al arte en un bien de consumo.

Representación mochica de escena eróticaPero, ¿cómo es eso? diría alguien: cuando escucho a Beethoven, ¿debo hacerlo que hace el indio  repetir el rito de la creación de la música? Nadie lo haría, ¿verdad? Pero he aquí la paradoja del arte. El que realmente escucha música y no anda, como las maestras gordas, suspirando por una música que no entienden, o mejor, en el que sabe escuchar, en el fondo repite la música a nivel ritual. Es uno de los misterios del arte, que el buen burgués no conoce. Éste sólo consume y no ve otra totalidad que lo que se le ofrece como utensillo manual. Y la cultura tomada en toda su profundidad hace notar que de nada valen los utensillos, sino que yo soy el responsable de la cultura. Lleva la revolución a la alcoba, precisamente ahí dónde nos creíamos seguros de todo compromiso.
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* en Geocultura del hombre americano , II. Aproximación a una geocultura, La cultura en América, Ob.Ctas Vol. III, Editorial Fundación Ross, Rosario, 2000.


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