Rodolfo Kusch (*)
Pero cabe preguntarse: ¿todos los objetos, la máquina de vapor, el telégrafo, la letra de cambio, la moneda, son realmente objetos nuevos? ¿Hasta qué punto no responden más bien a una necesidad surgida de la experiencia de ciudad y de conducta en la que se había embarcado Europa?
La distancia que media entre una piedra pulimentada y una máquina a vapor es técnicamente inmensa, pero vitalmente muy pequeña. Ante todo, no dista entre ellas más que unos miles de años que en el total de la vida de la especie humana, poco o nada significan. Son los criterios técnicos modernos los que nos han alejado de los utensillos. La arqueología contribuyó especialmente a ello. El arqueólogo ha marcado esa diferencia, utilizando el criterio de la objetividad, según la cual los utensillos deben ser clasificados en su lugar y en su tiempo. Por eso la distancia cronométrica resulta enorme. Los utensillos se distancian de nosotros porque el arqueólogo los ha puesto en la prehistoria, o sea, al margen de la historia, y porque ellos responden a una ecuación vital anterior a la ciudad. En cambio, la técnica y la historia surgen dentro de la ciudad y a partir de ella, y los arqueólogos están a su servicio.
El hacha de piedra y la máquina de vapor son formas de relación entre hombre y mundo, y responden en todo caso a una forma de limitación de lo humano frente a la naturaleza. Un hacha de piedra indica una forma de enfrentamiento del hombre a la naturaleza y lo mismo ocurre con la máquina de vapor. La diferencia está, en este último caso en que la vinculación se hace ante todo entre hombres y dentro de la ciudad, de modo que el ciclo se cierra en el plano humano y se soslaya la naturaleza. Pero ambos son los intermediarios entre lo vivo y lo muerto. La mutilación que parece afectar a la existencia humana, en tanto depende del mundo para su subsistencia, es recompuesta especialmente por el utensillo. Éste completa la posibilidad y la seguridad de la subsistencia. El hombre supera con el utensillo su condición de mero animal porque delega en él la misión de modificar o aprovechar el medio. Y lo mismo hace el objeto-máquina.
Pero es indudable que el utensillo tiene otro carácter que lo hace más importante aún, y es que marca una división entre lo que está más acá y lo que está más allá del hombre, entre el hombre y el mundo. Más aún, el utensillo expresa al hombre frente al mundo. Y en todos los casos lleva en su estructura, por eso, los sellos de un miedo original de vivir. No importa el tamaño del utensillo. Cuando ya se convierte en objeto y cuanto más grande y complicado sea, tanto mayor será la dimensión de ese miedo. Las grandes maquinarias no reflejan más que un inmenso y muy reprimido miedo. Y ello se agrava cuando al utensillo se le agrega la agresión, como cuando invade el espacio y lo llena [22]. Encierra el deseo de convertir al mundo en un patio de los objetos, como es el caso de los cohetes interplanetarios. El universo es, entonces, el patio familiar donde pondremos los satélites como quien pone los muebles. En este caso no se ha hecho otra cosa que utilizar el utensillo para agredir al mundo con el propio miedo. Es una manera de simular el miedo. Por eso los objetos crean un mundo paralelo al mundo real
Casi toda la revolución técnica europea va orientada a reemplazar el mundo escamoteado. Los objetos creados reemplazan a la naturaleza. La técnica es un poco la creación del árbol dentro de la ciudad, es el traslado del mar y del espacio-demonio al ámbito de las calles. Y ello ocurre así porque en el encierro de la ciudad había que reiniciar el arduo trabajo de adaptar la vida.
Lewis Mumford da los motivos cuando supone que las ciudades medievales pierden su base cural y deben crear paulatinamente sustitutos mecánicos adecuados al crecimiento y a la afluencia de población campesina. Por eso la ciudad moderna creció con el mismo ritmo, aunque más acelerado, que el que tuvo la especie, cuando hizo sus primeras experiencias técnicas en la prehistoria. ¿Qué nos impide afirmar entonces, que la creación de objetos se hace de la misma manera como se crearon los primeros utensillos? Entre la primera piedra pulimentada y la primera máquina a vapor varía el tamaño, pero hay en común la cualidad de "cosa útil", su "ser a la mano", como diría Heidegger. Los objetos nuevos no son más que los antiguos utensillos, que responden ahora a otro orden de necesidades. No hay ninguna diferencia de categoría entre la piedra pulimentada y la máquina a vapor. Han variado las condiciones y el medio, pero la necesidad es la misma, aunque en distinto grado. Antes y ahora es simplemente la ecuación de hombre y ambiente. Entre la prehistoria y la historia del siglo XX media proporcionalmente la misma urgencia y los objetos, que tenemos hoy en día, sólos son utensillos estructuralmente más complicados, porque ya no van a ser aplicados a un medio natural sino a una ciudad. Por eso quizás no hubo progreso sino simple crecimiento de conglomeración humana. Y los utensillos pequeños, entonces, se hicieron más grandes. Una piedra pulimentada y una máquina a vapor son la misma cosa.
Lo único que ha variado entre la prehistoria y la historia del siglo XX es la afluencia de la especie a la ciudad [23].
[22]. Leo Frobenius utiliza este concepto en La cultura como ser viviente (Madrid, Espasa-Calpe,1934). Worringer en El arte egipcio, vuelve a utilizarlo para la interpretación que realiza del arte egipcio. Ambos distinguen entre culturas femeninas con una predominante actividad agraria y culturas masculinas con actividad ganadera y acción espacial.
[23]. La verdadera causa de la civilización europea es, en verdad, la demográfica, como ya lo indica Mumford. No habría habido cultura o civilización europea si no hubiese ocurrido la afluencia del campesino hacia las ciudades y la incorporación de los mismos al quehacer industrial. Esos conceptos tan esgrimidos en América, como "civilización" o "progreso", no son posibles, sociológicamente, si no se supone la existencia de una ciudad superpoblada.
Ref.1: El patio de los objetos
Ref.2: La revolución de la cultura
-------------------------------------------Lo único que ha variado entre la prehistoria y la historia del siglo XX es la afluencia de la especie a la ciudad [23].
Cuando se rompen los impedimentos a esa afluencia, que en la Edad Media imponían el señor feudal y la iglesia, se enriquecen las ciudades y se inicia la historia moderna. Quizá esté marcado con toda evidencia cuando los Fúcares administran la venta de las indulgencias. Ya había dinero para comprar la religión. Por eso, en los cien años que siguen, las ciudades europeas reajustan sus utensillos y los traducen a máquinas, de acuerdo con las nuevas necesidades planteadas. Crean así la técnica como profesión especializada, incluso la técnica de conceder indulgencias.
[22]. Leo Frobenius utiliza este concepto en La cultura como ser viviente (Madrid, Espasa-Calpe,1934). Worringer en El arte egipcio, vuelve a utilizarlo para la interpretación que realiza del arte egipcio. Ambos distinguen entre culturas femeninas con una predominante actividad agraria y culturas masculinas con actividad ganadera y acción espacial.
[23]. La verdadera causa de la civilización europea es, en verdad, la demográfica, como ya lo indica Mumford. No habría habido cultura o civilización europea si no hubiese ocurrido la afluencia del campesino hacia las ciudades y la incorporación de los mismos al quehacer industrial. Esos conceptos tan esgrimidos en América, como "civilización" o "progreso", no son posibles, sociológicamente, si no se supone la existencia de una ciudad superpoblada.
Ref.1: El patio de los objetos
Ref.2: La revolución de la cultura
(*) América Profunda, Editorial Biblos, Buenos Aires, 1999, pp 115-118 (Las llamadas numéricas corresponden al texto original)
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